Me dan tan por supuesto que no son capaces de hacer el más mínimo gesto para entablar una conversación o hacer algo divertido. Tras las campanadas, estaba sobrio y agotado, así que decidí irme a la cama.
Hoy me he pasado la mañana leyendo y escribiendo.
Subimos a los búnkers. Es la tercera vez que voy en menos de una semana. Decidimos volver a quedar la semana que viene. Tengo varios frentes abiertos. Como de costumbre, no acabará quedando ni uno.
¿X me conoce tan poco como para creer que hablaba en serio? Era una persona a quien creía que le podía contar todo lo que me pasase, todo lo que pensase. ¿El campo de todo lo que le podría decir se ha ido reduciendo con el tiempo?
Vuelvo a casa, ceno y miro un capítulo de Agnès de ci de là Varda, ya en la cama. Lo de Varda es vivir poéticamente. ¿Cómo lograrlo? Con la ayuda de la escritura. ¿Pero cómo llegar a la escritura? ¿Cómo volver a ella? ¿Como hijo pródigo? No se sabe.
Lamento ver sufrir a X. Le digo que es una persona maravillosa y que ahora tiene una oportunidad para pensar desde la distancia, para concentrarse en otras cosas… Le cuesta salir de casa. Seguro que eso tampoco le hace ningún bien. ¿Cuáles son las mejores palabras?
El lenguaje es la casa del ser. No hace falta decirlo ontológicamente. El lenguaje es la casa del hombre. ¿Cómo habitar el lenguaje, si es lo más propio que tenemos y a la vez algo que nos ha sido radicalmente dado?
Se me gira un montón de trabajo, de repente. ¿Vale la pena? «Una vez dentro, hasta el cuello», que dice Céline y repite Vila-Matas.
Termino las clases y salgo a dar una vuelta. (...) Siempre las mismas vueltas y, sin embargo, no encuentro ocasión de aburrirme. Por más que siempre haga el mismo trayecto, no hay nada menos repetitivo que un paseo de noche por la ciudad. No solo es que te fijes en detalles que no habrías visto a la luz del día. Todos los días son iguales, cada noche es noche a su manera. Llego a casa un poco antes de las diez.
En verdad, salir fuera es lo único que podría dar un giro drástico y oportuno a mi vida, ahora mismo. Lo necesito para crecer.
En su ensayo sobre Rusiñol, Raül Garrigasait hace referencia a algunas ideas de Nietzsche. Al parecer, el filósofo afirmaba que «per mirar bé s’havia d’aprendre a no respondre immediatament als impulsos; calia servir-se dels instints inhibidors; es tractava de saber dir no als estímuls per assolir l’atenció plena.» ¿No es precisamente ese mi problema? ¿Una falta de instintos inhibitorios? ¿O una inhibición que va en la dirección equivocada?
X me anima a tener seguridad. Es ese amigo que te dice: «Hazlo.» Entonces lo haces y ves que te has equivocado. Sin embargo, volverías a hacerlo para ver de nuevo la confianza en la cara de tu amigo.
A eso de las siete, salgo a dar una vuelta que me lleva hasta el puerto. Ya es de noche, pero el cielo está lila e ilumina suavemente la tierra. Las olas estallan contra las piedras, las barcas, los barcos. Cinco minutos antes de las nueve, un hombre robusto se me acerca y dice: «Buenas noches. Perdona, voy a cerrar.» Había perdido la noción del tiempo. Me apresuro a salir del espigón y vuelvo a casa. Chateo hasta las tantas. Últimamente leo tan poco. Estoy demasiado pendiente del móvil, como si me pagaran para estar revisándolo cada dos por tres. Lo lanzaría al mar.
Escucho, en iVoox, a Juan Evaristo Valls Boix hablando de Giorgio Agamben: hay dos tipos de cansancio, hay nuestro cansancio y el cansarse del cansancio. ¿Cuándo me cansaré del estar cansado? Creo que esto guarda relación con la adicción al móvil, el estar siempre disponible para los demás (que, sorprendentemente, produce el efecto final de volverse antisocial). No me preguntaré: «¿Cómo encontrarme?», porque dudo que pueda dejar de estar perdido. Pero la pérdida tiene muchos modos y es probable que no haya elegido el mejor de estos.
Charlo un poco con mi abuela. Me muestra las fotos del cementerio San Juan Bautista de Badajoz, donde está enterrado su padre. Hasta hace muy poco, no sabían la ubicación de su tumba.
Murió el 1941. Lo atropelló el tren y pasó diez días ingresado en el hospital hasta que murió de una hemorragia cerebral y lo enterraron en una fosa común. No sé en qué momento lo debieron trasladar a una tumba. Su nombre era Aurelio Carroza Puerto. Una de las hermanas de mi abuela, Petra, escribió una carta al ayuntamiento de Badajoz para que la ayudasen a encontrar su tumba, una carta que no llegó a enviar. Cuando murió, su hija encontró la carta en cuestión y la envió. Una funcionaria de Badajoz se encargó de localizar la tumba y el acta de defunción de Aurelio. Quizá, cuando acabe la pandemia, mi abuela irá a visitar la tumba de su padre. Quizá no llegue a hacerlo. Me gustaría acompañarle, aunque no pinto nada allí.
Vamos a los Renoir Floridablanca, a ver Crash, de David Cronenberg. Desafiar al peligro. La peli me hace pensar en esa frase de Bukowski: «What matters most is how well you walk through fire.» Cuero, coches, noche. El protagonista estrella su coche contra el de una pareja; él muere y con ella crea un vínculo especial. En el hospital, conoce a un hombre obsesionado con los accidentes de coche. La pareja del protagonista también busca el peligro. Al final, se lleva al extremo esa pulsión que sentimos ante el vacío y que nos dice que saltemos. Nuestra única amenaza somos nosotros mismos. La peli también impacta a X, que dice que no se la recomendaría a nadie.