28 de febrero de 2022

El domingo de la vida. Diario 2022: febrero


Las grandes ideas son el consuelo de quienes son incapaces de hacer cosas pequeñas.

 

Vemos la exposición El Museu en perill!, sobre las personas que se comprometieron con la protección del patrimonio artístico catalán durante años de destrucción sin miramientos y los lugares donde tuvieron que esconder las obras. Hay expuestas algunas de las piezas que fueron trasladadas: una mujer desnuda de Joaquim Sunyer, una mujer de perfil de Isidre Nonell, el San Pedro y San Pablo del Greco…

También visitamos la colección de arte contemporáneo, de donde siempre destacaría la sección de murales de Xavier Nogués para las Galeries Laietanes. Ignacio Zuloaga, Julio Romero de Torres, Rusiñol… Creía que encontraría el Retrato de Antonio Anselmi, de Tiziano, pero después me he dado cuenta de que no lo tienen en el MNAC, sino en el Thyssen; no sé si es que este retrato sigue hechizándome o si es que aún tengo vívido el recuerdo de cuando me hechizó.

 

Vamos a la Filmoteca y vemos Crisantemos tardíos (1954), de Mikio Naruse, que trata de un grupo de geishas que ya son mayores y tienen que hacer frente a la vejez, al hecho de que sus hijos han crecido, a la evidencia de que el amor correspondido con sus amantes ya ha caducado… Se pasan las dos horas de peli comiendo y conversando, recordando sus pasados. ¿Habrá realmente un momento en la vida en que solo se viva del recuerdo? Es posible que, si tal momento llega, idealice la juventud de ahora como si no tuviera mácula, como si no hubiera mil preocupaciones que la nublasen.

 

La confianza ciega que deposito en el amor es la que la gente de otras épocas depositaba en la religión. La expectativa de un paraíso por venir estaría en ambas creencias. ¿Se puede vivir sin creer en tal paraíso? ¿Podemos resignarnos a que la vida siga siendo como ha sido hasta ahora? Me encantaría ser capaz de ello. A veces, me quedo mirando los gorriones o las palomas que bajan a la terraza de casa a beber de un charco de agua; su inconsciencia es elegante: no tienen deseos, solo necesidades que sacian tan pronto como las sienten; viven con confianza, no dudan de lo real.

 

Las texturas del vuelo, el pasar de la suavidad y ligereza de volar a la rugosidad de la tierra, el momento exacto en que las ruedas del avión tocan el suelo.

 

Sigo leyendo la introducción a los poemas de John Donne. Se dice que fue el primero en usar la palabra sexo en el sentido del acto sexual –antes, solo se había usado como diferenciación de sexos masculino y femenino. Uno de los poemas en que se muestra con más evidencia este sentido se titula «The Extasie»; voy al índice de la selección y lo busco: está en la página 34; busco tal página pero me doy cuenta de que hay un error de imprenta: el libro salta de la página 16 a la 273. Es curioso que justamente esté entre las páginas inexistentes el poema que buscaba. ¿Este error se habrá dado en todos los ejemplares de la edición? ¿O solo en este, que saqué de la biblioteca de la facultad? «The Extasie», el éxtasis.

 

Visitamos la colección del Tate Modern. Tienen bastantes cuadros de Fernand Léger; aunque ya lo conocía con anterioridad, hoy me gusta especialmente. También destacaría Sleeping Venus, de Paul Delvaux, cuya belleza contrasta con el horror histórico al que alude; un retrato de Henri Michaux que hizo Jean Dubuffet (que haya un vínculo entre los dos me gusta, independientemente del resultado de la obra); y Trio A, un vídeo de Yvonne Rainer bailando (su ordinary dance, su desautomatización de los gestos cotidianos).

 

«As souls unbodied, bodies uncloth’d must be» (John Donne). Consigo dormirme dos veces a lo largo de la noche. Unos borrachos en la calle hacen ruido. Aunque las cortinas están echadas, puedo ver por sus resquicios que amanece.

 

Ojalá me pudiera arrancar el vientre.

 

Me gustaría ser capaz de contarle a mi madre todo lo que estoy sintiendo. Desconoce tres cuartas partes de mis sentimientos, de mi historia. Le he ocultado prácticamente todo lo que me ha constituido anímicamente.

 

Las palabras se suceden delante de mis ojos sin tocarme, sin que las comprenda en absoluto, sin que pueda relacionarlas.

 

La apatía sería mi mejor aliado, en este momento. Solo quiero dejar de sentir y limitarme a hacer cosas monótonas, automáticas.

 

Le Cygne, de Baudelaire: «Je pense … A quiconque a perdu ce qui ne se retrouve | Jamais! jamais!» Perder lo que no se reencuentra nunca, nunca. Me acuesto un poco antes de medianoche.

 

Consumimos personas, ni nos damos cuenta de ello. Las conocemos, las aprovechamos, las desechamos. Ninguna voluntad de dar continuidad, solo la constatación de que las cosas se acaban pronto y la falta de interés para que se alarguen un poco más, para que se vuelvan un poco más complejas, para que maduren. Facilidad. Plano. Simple. Absurdo. ¿Tiempo perdido? No, no me arrepiento.

 

Tras días bastante oscuros, anoche me sentí eufórico. No es que fuese una emoción falsa, pero ahora hay otra que la viene a contrarrestar. Hay recaídas, dudas. Lo bueno de que alguien te abra en canal es que todos los demás también podrán aprovechar tus entrañas. En el Victoria and Albert Museum, vi el Retablo de San Jorge, de Miquel Alcanyís y Marçal de Sax, del siglo XV; en sus imágenes, se muestran distintas torturas; en una de ellas, dos verdugos sierran a un hombre por la mitad. Ser serrado de la cabeza hasta el vientre, mitad y mitad. Así es.

 

Andreu Marçal de Sax y Miquel Alcanyís (hacia 1400), Retablo del Centenar de la Ploma (también llamado retablo de San Jorge), (temple sobre tabla), Victoria and Albert Museum (Londres)


Llego a la consulta puntualmente a las doce. Pico al timbre. Me abren: «Hola, ¿vienes a ver a X?» «Sí.» X me hace esperar un momento. Entro en su despacho. Me ofrece un vaso de agua. Después de presentarnos, me pregunta qué es lo que me ha llevado a pedirle cita. Aunque al principio intento hablar en abstracto, acabo bajando a lo más concreto: la historia con Y. Ve que soy muy consciente de mi situación pero que necesito tomar responsabilidades. «De hecho, que hayas decidido venir aquí ya muestra que has iniciado esa toma de responsabilidad.» Me pide que, para la próxima sesión –que será la semana que viene–, piense en unos objetivos sobre los que trabajar. Le adelanto que en la próxima sesión me gustaría hablarle de mi relación con mis seres queridos, con mi familia y mis amigos. Me pide que me fije en algo que he dicho: me siento un actor secundario de mi vida. «¿Dónde quedas tú en todo esto?».