Por la noche veo Los amantes pasajeros, dirigida por Almodóvar. Acaso sea una de sus pelis con peor puntuación crítica. Hay quien la emparenta con Mujeres al borde de un ataque de nervios y viene a decir: «Almodóvar ya no es capaz de hacer las comedias que antes hacía», pero me inclino a pensar, como otros, que bajo ningún concepto Los amantes pasajeros es una comedia más que en su apariencia superficial. Parece una peli salida de un sueño, como las mejores de Lynch. ¿En qué debía estar pensando Almodóvar? Es como si intentara asesinar su propio cine, su reputación; la creación de Los amantes pasajeros es un acto autodestructivo, como Miró quemando sus cuadros.
Para Gadamer, la literatura no es solo la poesía o las palabras que tienen forma literaria: «La capacidad de escritura que afecta a todo lo lingüístico representa el límite más amplio del sentido de la literatura.» Y dice un personaje de la última novela de Vila-Matas, Montevideo: «el mismo hecho de decirme que en París renunciaste a escribir ya es literatura, y a esa ley no podemos sustraernos, ni tú ni yo, ¿no te parece?» En efecto, es como si la literatura lo abarcara todo.
En la carrera aprendí que lo que determina que un texto sea literario es su forma. Parece que la vida posterior a la carrera consista en desaprender esa lección, en ver que la literatura no es solo una cuestión de palabras sino también de aquello a que remiten las palabras.
Hacer las cosas bien requiere un esfuerzo infinitamente mayor a hacerlas mal; el salto de hacerlas mal a hacerlas bien es cualitativo, inconmensurable. Un esfuerzo infinito que debo seguir haciendo. Lo contrario es claudicar. Dice Esquirol en La resistència íntima: «La fortalesa és, sobretot, la virtut de qui aguanta.»
Vila-Matas escribe en Montevideo sobre cómo es leer a Copi: «estaba descubriendo la verdadera fuerza de la imaginación y las posibilidades de cualquier historia para ir más allá de todas las barreras razonables.» Nada más exacto.
«Mirad, hoy hay luna llena», les digo. Y nos alejamos.
Godard ha muerto. Justo ayer por la tarde incluí como epígrafe de este diario una frase de Godard, la frase con la que cierra el spot que hizo para un festival de cine documental: «Et même si rien ne devait être comme nous l’avions espéré, cela ne changerait rien à nos espérances.» Sí, la esperanza. Hasta el último momento.
También busqué imágenes de su última aparición en público. Me salió un vídeo en el que afirmaba que deberían poner bebederos para jabalíes en la instalación sobre sus pelis que habían montado en la última Berlinale. Le mandé el vídeo a X y le dije: «¡Qué viejo está! Y todavía tiene el plan de hacer dos pelis más.» ¿En qué punto se debían encontrar las dos pelis que aún quería hacer? Lo último que estrenó fue Le livre d’image, en 2018. Recuerdo que salí del cine como si hubiera tomado LSD. Ha muerto a los noventa y un años. La reina Isabel II murió la semana pasada con noventa y seis. Y Javier Marías, que murió el domingo, lo hizo con solo setenta.
Cuando alguien famoso muere, busco bastante sistemáticamente su última aparición en público. ¿Cómo estaría? ¿La muerte habría empezado a dejar señales sobre su cuerpo? Como si, a medida que nos acercáramos a nuestro último día, encarnáramos más y más la muerte y la alteridad que hay más allá de la vida.
Se dice: «la muerte del cuerpo», como si el alma le pudiera sobrevivir. Y es posible que así lo haga, que algo tan milagroso como es la consciencia de sí no se pueda apagar una vez ha despertado. El alma se proyecta a la eternidad desde nuestra finitud más finita. Si el hombre fuera eterno, nada de lo que hiciera tendría importancia. Puesto que el hombre es finito, cada acto y cada momento importan.
Un cineasta que le conocía declara a la prensa: «Seguía trabajando un poco en sus próximos proyectos unas horas al día.» Trabajar en lo que uno ama hasta el final. Hasta el final. ¿La escritura me acompañará hasta el último de mis días?
Nuevo placer: Correr bajo la tormenta para llegar al último bus.
Los días que hablo mucho, vuelvo triste a casa. Sensación de que me han robado algo.
El problema de la nostalgia es que conlleva una dimisión del presente.
«Recelosa, reflexiona unos instantes, pero, como no sabía reflexionar, perdió el hilo de su discurso.» (Queneau, La alegría de la vida).
Crimes of the future no me entusiasma. En un principio habría creído que era una crítica al transhumanismo, pero después leo declaraciones a la prensa de Cronenberg en que parece estar más a favor que en contra: «¿Puede el cuerpo humano evolucionar para resolver los problemas que hemos creado?» Este señor no tiene los pies en el suelo. Así, Crimes of the future se disfruta más como un homenaje a la serie B que como una peli de tesis. Aun así, me resulta inevitable desconectar en algunos momentos del metraje en que la marcianada es tal que no puedo evitar sentir que estoy perdiendo el tiempo: ¿es esto lo que busco en el cine?
Mi mes de septiembre empezó con el entusiasmo por Pacifiction y termina con la decepción de Crimes of the future.
«La primera obligación de cualquier análisis es evitar la posibilidad de que aparezcan problemas falsos.» (Susan Sontag entrevistada por Arcadi Espada, 2004).
Las manías y reparos no tienen cabida en los recuerdos.
Un poco antes de las ocho, anochece. Escribo esto desde la terraza de casa, en el portátil. Me rodea la penumbra y la única luz es la de la pantalla del portátil. Suenan las campanas de Santa Maria. Delante de mí, la enredadera de jazmines y el dondiego de noche. Los pájaros –¿gorriones?– entran en los agujeros del bloque de pisos de al lado; allí tienen sus nidos. Los vencejos chillan y se esconden.
Mi madre empezó a leer Montevideo ayer. «¡No me dijiste que era una autobiografía!», exclama. Trato de explicarle que no es una autobiografía, pero no atiende a razones: «Pero si dice: “Yo fui a París”, “en París me pasó tal cosa”...» Pienso en la frase que había en la primera página de La alegría de la vida: «Como los personajes de esta novela son reales, cualquier parecido con individuos imaginarios sería fortuito.» Pienso en lo que Vila-Matas decía en su última entrevista para El País: «La autoficción está insertada en la ficción.»