En el centro del pensamiento y la literatura está la rareza. ¿Por qué alguien debería escribir sobre cosas raras? En Decir la realidad, Lluís Vicent Aracil recomienda: «Haz cosas extrañas y verás cosas interesantes.» Es algo similar a lo que Heidegger dice en su Hermenéutica de la facticidad: la filosofía empieza en lo inhabitual. O lo que dice en Ser y tiempo: cuando un martillo funciona con normalidad, todo queda en la inconsciencia; cuando el martillo se rompe y no puede funcionar con normalidad, empiezan las preguntas como: ¿qué es un martillo?
Pasar al plano de la filosofía y la literatura es pasar al plano de la extrañeza. ¿Por qué las cosas son como son? Todo nace de ese asombro, de ese constatar que es extraordinario que haya algo así como la cotidianidad.
Esta tarde he devuelto a la biblioteca No sufrir compañía, el libro de Ramon Andrés con textos de místicos sobre el silencio. En el estudio preliminar, Andrés dice: «El verdadero silencio no está necesariamente en la lejanía ni en la neblina de una vaguada ni en una cámara anecoica, sino … en la intuición de un más allá del lenguaje … y en los dominios donde el ego pierde su cimiento.» (p. 13).
No me sirvió de nada coger prestado el volumen. Solo lo he ojeado hoy, en el bus para Barcelona. Sé que me reencontraré con él en el futuro. Hay libros que nos persiguen a lo largo de los años.
Vamos a ver El triángulo de la tristeza, que ganó la Palma de Oro. Lo malo de haber leído las reseñas que le dedicaron en Caimán es que ya prácticamente daba por hecho que no me gustaría. En la reseña de Carlos F. Heredero, deliciosamente titulada «Tristeza, la nuestra», se decía: «La caricatura y la sátira son géneros nobles y algunas de sus manifestaciones más extremas pueblan la gran literatura y no pocas obras importantes del cine. No, aquí estamos ante un director que se regocija de sus propias ocurrencias, que … trabaja, sobre todo, para que el espectador que pueda compartir su visión del mundo se vea gratificado porque las imágenes del film le permiten, por una vez, situarse por encima de los ricos y reírse de ellos.» ¿Cómo puede ser que esta peli se llevase la Palma de Oro cuando Pacifiction también competía por ella?
Esta semana he ido a ver tres pelis y las tres duraban casi tres horas: Tár, Los Fabelman y esta. La de Spielberg, en su humanidad, perdurará. La de Tár apunta en una dirección interesante pero se pierde por el camino. El triángulo de la tristeza es una tontería tan grande que quizá, dentro de un tiempo, alguien le rendirá culto. Aun así, sigo teniendo la sensación de que actualmente los creadores arriesgan más en el cine que en la literatura. Pero las generalizaciones las carga el diablo.
¿Por qué me molestó tanto que me contradijera? Si estaba en desacuerdo con lo que me decía, ¿por qué no trataba de saber más de su opinión, de hacerle preguntas, en lugar de afirmar tajantemente la mía? Cuando uno trata de comprender al otro, es poroso; se revela como realmente es: vulnerable. Cuando ignoramos al otro y nos conformamos con lo que ya sabemos (o creemos saber), giramos, como peonzas, sobre nuestro propio ego.
Quizá lo que hace que no acabe de entrar en Aftersun es la situación que de entrada se plantea: padre e hija viajan a Turquía y se pasan todo el día descansando en el hotel. ¿Qué me importan a mí las vacaciones de estos dos personajes? Tal vez, si hubiese sabido saltar esta reticencia inicial, habría entrado en la historia y me habría emocionado. En cualquier caso, no lo he hecho.