Me dirijo al centro caminando. Escucho música con auriculares, eufórico. Cuando llego a la altura de Carrer Mallorca, la euforia se me pasa. Me acerco a la Laie de Pau Claris, con la intención de comprar Canto jo i la muntanya balla y Mentirosa, la novela de John Waters; al fondo de la librería están haciendo una presentación; puesto que no encuentro el libro de Irene Solà, se lo acabo pidiendo a un librero (lo tenían dentro de un cajón, debajo de un estante); después me pongo a buscar el de John Waters, con la mala suerte de que justo entonces termina la presentación y muchos asistentes se dirigen en estampida a hacer cola ante la caja para comprar el libro; «mierda», me digo, y doy la novela de John Waters por perdida; agarro Canto jo i la muntanya balla y me dirijo rápidamente a la cola, que crece por segundos.
Voy a los Renoir a ver Golpe de suerte, la nueva peli de Woody Allen. Thriller dramático bien atado con una banda sonora jazzística que lo vuelve más ligero de lo que el tema indicaría. Iluminación artificial en la línea de Día de lluvia en Nueva York. Todo en general sigue la tónica del último Woody Allen. El tema, como en Match Point, es la suerte y el azar, pero la enjundia filosófica del filme es más aparente que real; eso no impide que se disfrute de principio a fin, vale la pena. No sabía que esta semana era la Fiesta del Cine (por eso la entrada, que compré por la web, me costó solo 3,50€), la sala estaba llena de ancianos y el salto generacional me incomodó un poco.
Cuando salimos de la sala, X comenta que Monstruo le ha gustado: «Me interesa cómo Koreeda trata el miedo infantil, ese conflicto entre el mundo de los adultos y el de los niños». Creatura, que es la última peli que fuimos a ver juntos, le entusiasmó. A mí, en cambio, me dejó un poco igual –aunque he ido volviendo sobre ella y hoy incluso se la he recomendado a mi peluquero–, y Monstruo también.
No hago nada en toda la mañana, salvo leer un capítulo de Canto jo: «I a mi m’agradava la vergonya, calenta i entortolligada dintre, que feia tant de temps que no em punxava, com feia tant de temps que no em punxava res.»
¿Cómo desconectar de todos estos asuntos del trabajo al llegar a casa? ¿Cómo siquiera encontrar una hora diaria para dedicar a la escritura?
«En algun moment t’adones que la por de la mediocritat no és cap distinció sinó un virus que afligeix tothom per igual, al marge del talent, l’enginy o la vocació, i que rarament és motor de l’èxit o la pau d’esperit.» (Anna Pazos, Matar el nervi).
Suelo sentirme dividido entre el discurso psicoterapéutico sobre la autonomía del individuo y el discurso filosófico de la interdependencia, cuando lo cierto es que no es necesario escoger entre uno u otro; se trata de ver qué experiencia humana fundamental se esconde detrás de cada. Ni la vulnerabilidad es lo mismo que la sumisión ni poner límites o ser autoconsciente significa atomizarse.
«La condició de possibilitat de la relació és la separació. Perquè hi pugui haver autèntica relació interpersonal, cal que estiguem separats. La separació és un regal.» (Josep Maria Esquirol, en el ciclo de 2015 La filosofia com a cura de l’ànima, recuperable en el archivo sonoro del CCCB).
Hay días en que noto el mundo entero en mi contra. Hoy es uno de esos días. Ser introvertido no facilita las cosas. Ayer escuchaba un podcast en el que se decía que «las sociedades occidentales tienen una tendencia hacia fuera, queremos que las personas tengan esa tendencia. En cambio, si miramos en sociedades orientales, la conquista es hacia dentro; poder conectar con uno mismo, la meditación, la iluminación… Esto ya te marca: es más difícil ser una persona introvertida en una sociedad occidental y es más complicado ser una persona extrovertida en una sociedad oriental; socialmente se penaliza.»
Ser joven hoy es igual a tener mil frentes abiertos y que todos se caractericen por ser precarios.
Piero della Francesca. Me impresionó cuando lo descubrí en bachillerato; me sigue impresionando ahora. Hay algo absolutamente moderno en la elegancia de sus personajes. Nadie vio los temas bíblicos con más glamour. Por no hablar del misterio.
Escucho con auriculares la sección que Marina Garcés tenía en verano en Catalunya Ràdio; habló del tema de la promesa, que es el que ha estado investigando últimamente. Aunque lo menciona solo de paso, me interesa que reflexione sobre el transporte público: «El metro és un lloc on t’has de crear un ambient: de vegades amb música, de vegades sense… És un laboratori social; hi veus aquestes cares que no es miren, aquest estar junts sense estar junts, els turistes, els no-turistes, la gent gran, els nens que viatgen junts en ramats… i és un lloc on et pots preguntar què ens vincula en realitat. A mi m’agraden molt els no-llocs, aquests llocs on no estàs només amb aquells que ja coneixes, que ja domines, amb qui ja saps què passarà. Aquest anonimat, urbà i no urbà (hi ha moltes formes d’anonimat), m’atrau.» Richard Sennett, que tanto ha hablado del declive del hombre público (vivimos una tiranía de la intimidad y un desafecto total de la vida política), también hace un elogio del trato entre desconocidos.
Cuando hacía tercero de secundaria, ya me había interesado por la literatura. Recuerdo que pasaba las clases sobre gramática impacientemente; quería que llegáramos a la parte del libro de texto en que se hablaba sobre trovadores. Al final llegó el día de hablar de poesía medieval y el profesor explicó dos tontadas sin ponerle nada de ganas y nos mandó deberes.
Me quedé pensando: «Entonces, ¿la literatura es esto? Qué decepción». Un profesor que explique su materia sin pizca de pasión es un peligro. Puede condenar a un potencial amante de la literatura, la historia o la biología a ignorar la verdadera cara del conocimiento, la que le puede decir algo significativo.
A veces tengo la sensación de que lo único que hago es aguantar. Aguantar contra X, aguantar contra cada persona que se me opone. ¿Qué pasaría si dejase ir las riendas? ¿Cuán bajo o cuán alto caería?