31 de diciembre de 2023

El buen y el mal camino. Diario 2023: diciembre


Fuimos a Valladolid, a visitar el Patio Herreriano y el Museo Nacional de Escultura. Desayunamos en una cafetería de la Plaza Mayor que era elegante y, al mismo tiempo, no tenía pretensiones; su atmósfera parecía decir: «Aquí estoy, solo por si te interesa»; se llamaba Lion d’Or. Pedí un pack de desayuno que era un escándalo: un café con leche, un zumo de naranja y un cruasán a la plancha con mermelada y mantequilla. A riesgo de que se me notase la gula, el pecado capital con el que estoy más familiarizado, también pedí unas tostadas con jamón. «¿Te has quedado satisfecho?», me preguntó el camarero, al acabar; dirigí la mirada al suelo, como el niño que ha hecho algo malo, y dije: «Sí, ahora sí».

En el Patio Herreriano encontré diferentes visiones de lo que es el arte contemporáneo. No podría subsumir todo lo que vi bajo un mismo concepto. Con los Pajarazos de David Bestué, dejé que este enigmático y alquímico escultor me siguiera llevando de la mano por un camino de pétalos, hormigón y otras materias orgánicas o inorgánicas; es el mismo camino que había empezado a recorrer al visitar su Ciutat de sorra en la Fabra i Coats.

Después descubrí la obra de Cabello/Carceller a través de una propuesta que tanto hacía retrospectiva de sus obras propias como mostraba lo que habían hecho artistas afines: la emotiva performance sobre el SIDA de Pepe Espaliú con la que su cuerpo enfermo recorrió el centro de Madrid, los sonidos y dibujos de Perla Zúñiga, Esther Ferrer, Fina Miralles… De lo más reciente de Cabello/Carceller, me quedo con Una película sin ninguna intención, que me hizo pensar en el poder que puede tener una buena cortina, de las largas, de las que llegan hasta el suelo, tanto si está echada como si una mano la descorre lentamente.

De vuelta a Madrid, a través de la ventana del tren se dibujaba una ciudad espectral.

 

En una carta, Stan Brakhage le decía a Nathaniel Dorsky: «Me siento mucho más “en casa” en el mundo desde que vi tus películas». El mejor arte nos acerca a la definición que Novalis daba de la filosofía: la nostalgia de estar en casa en todas partes.

 

De día, apagadas, las luces de Navidad que hay por la calle parecen de escarcha. Lo observo bajando por Roger de Flor. Como cada mañana, cojo el metro en Arc de Triomf. Subo al vagón y, antes de que se cierren las puertas, una mujer exclama: «¡Ese chico te ha cogido el móvil!» Me giro y encuentro a un hombre con mi móvil en las manos. Le reconozco de haberle visto en el andén dos minutos antes; he notado cómo me clavaba la mirada. Me acerco y le agarro la mano: «Devuélvemelo.» Lo hace. Se diría que, con ese conformismo resignado, incluso él ha colaborado en que el hurto no tuviera éxito. Sale escopeteado del vagón, entre los comentarios de indignación de otros pasajeros.

Un motivo más para odiar ir en metro. Qué manera de empezar el día. Le doy las gracias a la mujer que me ha alertado y le deseo un buen día. De haber estado en su lugar, seguramente no habría reaccionado a tiempo; soy lento de reflejos. Fantaseo con la idea de que ese hombre, como el protagonista de Pickpocket(1959), en realidad no robase por necesidad, sino para darle un sentido a su vida. En cualquier caso, ponerse a robar a las ocho y pico de la mañana revela, cuanto menos, pasión por lo suyo.

 

Puesto que no subía al Tibidabo desde que era un niño, recordaba todo distinto. Imaginaba que el interior del avión sería más grande –en realidad solo cabe una decena de personas– o que la sala de los espejos deformantes era enorme. En realidad soy yo quien físicamente ha crecido, claro está. ¿Qué más se habrá perdido o se habrá ganado por el camino?

El nombre del Tibidabo proviene de la Biblia. Concretamente, de unos versículos que dicen ‘te daré’ (en latín, tibi dabo).

El espectáculo de marionetas, la noria, la Talaia, el museo de autómatas… Aquí todo parece detenido en el tiempo. Cuando en alguna atracción se intuye algún añadido innovador, huyo despavorido. Y, como si fuese una atracción más, al lado del parque se levanta el templo expiatorio, en el que entramos cuando ya atardece. A mi parecer, el Tibidabo es el segundo parque de atracciones más importante de Cataluña; el primero es Montserrat. PortAventura está sobrevalorado.

 

Me había puesto a ver Introduction, una de las pelis de una hora de Hong Sang-soo, con el portátil. Recuerdo que fui a verla al cine y no me dijo nada. Creo que he estado más atento a este segundo visionado y que podría aventurar cuál es su tema: la dependencia en las relaciones de pareja. Una chica joven se muda a Berlín para estudiar moda y su novio, a escondidas, le sigue. Este es, asimismo, el pretexto que da sentido a todo el filme, aunque en él se mezclen muchos más personajes y conversaciones que, como de costumbre en el cine de Hong, no tengan demasiado que ver con el núcleo argumental. Los personajes divagan, sea existencialmente o en la pura nada de la verborrea. Puedo imaginarme al director Hong, a las cinco o seis de la mañana, escribiendo los guiones de sus pelis. En ocasiones, su método de creación le funcionará. En otras, lo que resulte será poco inspirado y gris.

Introduction no es la peor peli de Hong, pero, indudablemente, es menos significativa que En la playa sola de noche o La novelista y su película. Hong presta atención a su propia cámara cuando Kim Min-hee se pone delante de ella como protagonista.

 

Esa parece ser la única perspectiva certera para el futuro: quedarse solo.

 

«Quan somriu, fa pensar en una mossegada» (Miquel Llor, Laura a la ciutat dels sants).

 

No sé comprometerme conmigo mismo ni –a la vista está– con los demás. Si no soy capaz de hacerme promesas, tampoco lo soy de mantener la esperanza. Sin esperanza, no queda futuro a la vista.

En estas vacaciones, me está minando anímicamente la incomodidad que supone hacer las cosas a mi manera, independientemente. ¿El camino a seguir no era este? ¿Pero cuál es el buen camino? Lo que es el buen y el mal camino lo dictan los ojos ajenos. Lo único que debería interesarme es labrar un camino propio.

 

Después de un 2023 en que me he vuelto ducho en el arte de decir no, tal vez debería prepararme para un 2024 en que me abriera a las experiencias nuevas. Como Isabelle Huppert en En otro país, que manda un mensaje a su amiga y desaparece: «Espero que te llegue este mensaje. Me dirijo al camino desconocido. Gracias por tu ayuda.»