29 de febrero de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: febrero


21. Estos últimos días no me ha apetecido hacer diario. A la gente le digo que escribo cada día, pero eso no es verdad. Siempre he buscado legitimaciones externas, como la que me daría la apariencia de constancia. En lo tocante al corazón y a la capacidad de ser heridos seguimos siendo como en la infancia.


22. Así es Barcelona, una ciudad que acoge blufs y expats por igual.


23. Qué pereza me daría ser amigo de un artista. Con lo agradable que es tener un amigo aburrido.


24. Anoche, la idea era que fuese al correbars que se hacía en el centro de Mataró por carnaval. En el último momento se puso a llover y lo tuvieron que anular. Decidí encontrarme igualmente con X y su novio, Y, porque ya se habían vestido y habían salido de Palafolls con el coche.

Fuimos a La Lola a tomar unas cervezas y charlar. Y comentó que conocía un restaurante veinticuatro horas en la entrada de Mataró (dirección Barcelona), al lado de una gasolinera; aunque ya habíamos cenado todos, decidimos ir. Pedimos unas patatas bravas para compartir y una hamburguesa cada uno. Cenar dos veces es mi tipo de plan, definitivamente. El restaurante se llama Auto d’Ara y se ve auténtico; tiene unas pesadas sillas de madera oscura y piel verde; no está lejos del polígono industrial, así que sería una buena idea venir aquí a por un desayuno de tenedor después de una noche en que hubiese salido de fiesta a Clap. Luego X y Y me acercaron en coche hasta la estación de trenes y desde allí subí andando a casa.

Ya eran las tres de la madrugada, lloviznaba y no había nadie por la calle. Me puse los auriculares y eché a andar rápido. A la altura del Torrent, cuando ya estaba llegando, me di cuenta de que tenía un hombre al lado justo en el momento en que nos cruzábamos. Era bajito, calvo, gordo y se veía que le faltaba un tornillo. Parecía una gárgola. A pesar del frío y la lluvia, iba solo con camiseta. Hizo un amago de querer acercárseme, abriendo los brazos y sonriendo. Eché un salto y me quité los auriculares. No dijo nada. Solo me miraba, con una mirada algo bestial. Y yo le miraba a él. Me puse a correr y, a los quince o veinte metros, volví la vista hacia atrás. Se había quedado detenido en el punto de la calle en que nos habíamos encontrado, con los brazos en los lados, como un pingüino, y todavía me observaba. Continué corriendo y, ya en mi calle, comprobé que no me siguiera. Llamé a X porque el corazón me iba a cien; le expliqué lo que había pasado y le dije que necesitaba oír una voz amiga. No es la única escena de terror que he vivido en las últimas semanas. Como ya conté, un desconocido me abrió por Grindr y me dijo: «Estás acabado»; solo tenía una foto en el perfil: un dibujo realista de un chico con rasgos neutros, como de androide, y tez marrón; al día siguiente, recibí una llamada en que una voz masculina, joven, sin acento, me vino a decir lo mismo: «Has tocado fondo. Fondo. Has tocado fondo». Seguidamente colgó. Era un número de móvil, pero no conseguí identificarlo. Lo bloqueé. Lo más seguro es que no haya relación entre estos tres hechos, pero, igualmente, me pregunto si no estaré teniendo un brote psicótico. No, no es eso; solo son bromas de mal gusto. Y lo de anoche fue un tipo que no estaba bien de la cabeza. Es como si una puerta oscura se abriera y me invitara a entrar, como si la oscuridad se me tragara, como en Under the Skin. Como en un filme de Lynch. Como si hubiese vuelto a la infancia y temiese al hombre del saco.


25. Entramos en la discoteca a las tres y pico, tirando a las cuatro, y salimos antes de que cerrasen a las seis. De vuelta a casa, creí que había perdido un auricular y rehice el camino con el flash del móvil encendido; luego me di cuenta de que lo tenía guardado en su estuche. Llegué y me metí en la cama a las 6:20.


26. Visto cómo va el mundo, la docencia no me parece una mala opción. Por las mañanas daría clase y por las tardes escribiría. Las palabras serían la relación entre mis dos mundos. Mi objetivo de vida consistiría en volver más y más próximo el lenguaje; reducir la distancia entre la palabra y la cosa. El ideal sería dar clase en la universidad; de no poder ser, me resignaré a la secundaria. Tampoco son mundos tan distintos. En la secundaria hay toda una gestión de aula que en la universidad no. ¿Quién sabe? Quizá las cosas sigan degradándose y, en cinco años, los chavales que accedan a la universidad tengan la madurez de un niño de trece.


27. La escritura de por sí no tiene valor, puesto que uno puede escribir a diario y caer en un círculo de narcisismo autocomplaciente. La escritura importa cuando se hace desde una tensión entre el construir y el destruir, entre el cambio y la conservación.


28. Qué extrañas son las tardes de viernes: el agotamiento tras el trabajo y el entusiasmo por el fin de semana, todo a la vez; la euforia que te hace querer salir de fiesta y la falta de fuerzas que, como un sedante, te arrastra hacia la cama.


29. Llevaba semanas pasando unas fotos de 2023 del móvil al ordenador. Lo hacía a ratos muertos, poco a poco, intentando no agobiarme. Hoy, cuando estaba a punto de completar la tarea, me he equivocado en algo y algunas fotos se han duplicado. Abrumado ante la perspectiva de tener que ir buscando y suprimiendo las duplicadas, lo he mandado todo a la mierda y he eliminado la carpeta entera. Así soy: trato de tener mis cosas escrupulosamente ordenadas pero, si algo no cuadra, me desmoralizo y me desentiendo del asunto, por más tiempo que le haya dedicado. O todo o nada.


30. Todo lo verdadero ocurre a flor de piel. Leer y escribir consiste en aprender a tocar las palabras, tocarlas como si fuesen cosas.


31. A X le estuvo entrando gente toda la noche. Yo no me comí un rosco, y bien que estuve, bailando solo, en mi burbuja. De esta noche saco una conclusión: no importa cuánto ridículo creas que haces bailando desacompasadamente en la pista de Apolo; siempre habrá una parejita de hombres haciéndolo más, tomando popper a la vista de todo el mundo mientras se besan.

Cerramos la discoteca a las seis. Acompañé a X hasta Urquinaona, donde iba a coger el metro. Me preguntó: «Xavier, ¿por qué no me he ido con el italiano con el que he ligado?» Le respondí con un poco de circunloquio: «Mira, yo soy adicto al porno, como tantos hombres. Consumo porno una o dos veces al día. Sé que hay una gran diferencia entre el momento de éxtasis cuando lo alcanzas estando solo, con el móvil, y cuando lo alcanzas al lado de una persona a la que quieres. En el segundo de esos casos, das sentido al placer. Ese chico con el que has ligado es un desconocido. Tirártelo habría sido similar a una paja con porno. Sí, era guapo y te ha caído bien, pero, quizá, en el fondo, no estabas dispuesta a correrte al lado de alguien que no te importase». Pareció que mi explicación le convencía. Hay pocas cosas más satisfactorias que dar con las palabras idóneas.


32. No me sentí mal por no haber escrito. Uno acaba cansándose de sentirse mal.


33. Ayer, en medio de una discusión, me dijeron: «No estoy a favor de la prostitución, tranquilo». No, si estoy tranquilo. Como si me dices que votas a Vox, pero defiéndemelo. Razónalo. Lo que me molesta son los lugares comunes con que mucha gente reproduce una especie de pensamiento dominante que no por dominante está debidamente fundamentado.


34. Charlamos. Le hablé de cómo ha ido mi experiencia en la docencia de secundaria: han sido siete meses en que le he perdido el miedo a los adolescentes; ya no cambiaré de acera cuando me tope con un rebaño de ellos por la calle. Cada vez entiendo menos a quienes dicen «no me gustan los niños» o «no me gustan los adolescentes»; nos sonaría rarísimo que alguien dijese «no me gustan los viejos» –quizá porque, en el fondo, sabemos que nuestra sociedad ya los discrimina por sistema.


35. Gadamer dice: «Escritura es autoextrañamiento.» ¿Qué sentido tendría otra cosa? Vamos siempre en busca de lo distinto. Solo una mente confusa se contentaría con lo homogéneo, pero lo propio del mundo actual es la estandarización no solo de los objetos sino también de las vidas y los cuerpos.