31 de mayo de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: mayo


71. Una idea de Gadamer que siempre intento tener en mente: lo que permanece llama menos la atención sobre sí que lo que cambia constantemente. Si queremos encontrar lo esencial, será necesario que desechemos todo lo que reluce sin arder, lo que brilla con la vulgaridad del plástico y no con la claridad del diamante.


72. En Mataró se está construyendo un bloque al que han llamado Torre Barceló. La mayoría de la gente está en contra de este porque es un rascacielos y sobresale por encima de la altura natural de las casas y bloques de la ciudad. Uno mira hacia el mar y se topa con la presencia imponente de una torre oscura.

A mí no me acaba de parecer mal. En su soledad, es muy dandi. No se integra en el paisaje, pero en ese no integrarse hay una elegancia que no resulta estridente.


73. «Ese silencio de la inatención, que es debido y siempre pagado a lo que es grande por parte de lo que es pequeño.» (Barbey d’Aurevilly, Del dandismo y de George Brummell).


74. Literariamente, mi asidero es la realidad vivida u observada. Podría tratar de hacer otra cosa, pero ni me motivaría ni funcionaría.


75. En un pódcast, el entrevistador insiste en llamar todo el rato «tía» a la entrevistada. La primera vez, sea. A la quinta, uno nota que el vocativo es usado con calzador. El imperativo de la autenticidad y de la personalidad nos conduce a una informalidad forzada. Ya no sabemos cómo dirigirnos a un desconocido, a una persona mayor, a una persona en una posición jerárquicamente superior. Nos reímos de la autoridad. Puesto que todo el mundo es igual todo el tiempo (nótese que el problema aquí está en todo el tiempo, no en el reconocimiento de una horizontalidad humana esencial), nada tiene valor.


76. No contamos con que el tiempo es irreversible. Le decimos algo hiriente a un ser querido y pensamos: «Qué más da, en dos minutos ya no se acordará». Pero lo que se dice no se puede deshacer y las palabras tienen la misma fuerza destructiva que un arma. Las consecuencias de las palabras están ahí, aunque no las veamos con los ojos del cuerpo.


77. Todo sería diferente si concediéramos a lo inmaterial la misma importancia que damos a lo material, si viéramos que tiene la misma importancia calar fuego a un bosque que decir una mentira.


78. Me pregunto: ¿existe una alternativa a la autoficción que no suponga abocarse a un género evasivo? Que sí, que en la ciencia ficción seguro que también puede haber mucha verdad, pero no es mi camino; ni llegué a esos mundos como lector ni pretendo llegar a ellos como escritor.

¿Sobre qué debería escribir, si volviera a la ficción, si dejara este diario de lado por un tiempo? Miro hacia la estantería y trato de distinguir a los autores de ficción que hay en ella y en los que me reflejaría gustosamente: ¿Rodoreda? ¿Ruyra? ¿Vila-Matas? ¿Modiano? Y para de contar. Enseguida paso al ensayo y la autobiografía, si los cuatro autores anteriores no tienen ya mucho de ello. Pienso en Copi, que era profundamente imaginativo y libre. ¿Quién se atrevería a escribir algo como él? ¿Es que contamos nuestra vida porque nos avergonzaría corretear por los vericuetos de la imaginación?


79. Muchas veces lo pienso: vivo preocupado por lo que piense la gente, gente que quizá ni tan siquiera conozco, que no me pagan el sueldo. Algún día moriré, tanto si han pensado que soy un bicho raro como si les he dado igual.


80. Siempre estoy sometido a flujos de información. Si camino por la calle, me pongo los auriculares y escucho música o un pódcast. Si como solo, también. Si limpio la casa, también. Este exceso resulta abrumador, de manera que no dejo espacio en mi mente para recibir nuevas ideas y hacer nuevas conexiones por mí mismo. Además, los tiempos muertos –realmente muertos– me serían necesarios para pensar en lo que me ha pasado, me pasa y me pasará. Rumiar, como las vacas.


81. Subiendo de nuevo para casa, paso por una calle que huele intensamente a palo santo.

La calle, el mundo, es una fuente de historias. ¿No sabes de qué escribir? Baja a la calle y observa el drama de la vida cotidiana: unos chavales que salen de la escuela (¿cuáles serán sus preocupaciones?), un ave que cruza el cielo, una puerta antigua que se cierra.


82. ¿Y si la cuestión fuese oponer a las tecnologías digitales otro tipo de tecnologías? En la era predigital, las tecnologías eran mucho más variadas: uno podía ser un hombre de estudio y estar en contacto constante con los libros, pero, por ejemplo, en el caso de algunas órdenes religiosas, también estaba en contacto con el campo, con la misa, etcétera. Diversificar las tecnologías: reducir el uso del móvil y el ordenador hasta un punto razonable y recuperar las libretas, los blocs de notas, los tocadiscos…


83. La primera experiencia estética que recuerdo: ver por la tele el anuncio de Gucci by Gucci dirigido por David Lynch. Corría a la cocina cada vez que oía su canción, Heart of Glass.


84. El mundo es más lipovetskiano que nunca. Para muchos, Lipovetsky se quedó en la marea posmoderna de los ochenta y noventa. El imperio de lo efímero es de 1987: ¿qué nos podría decir hoy? Estamos acostumbrados a la obsolescencia, a que incluso las teorías caduquen a los dos días.

En ese libro el autor habla de cómo, cada vez más, nuestro mundo está determinado, en muchas de sus esferas, por cuestiones afines a la moda: la seducción, la novedad…

Cuando trabajaba en un instituto, tuve que llevar a chicos de tercero de secundaria de excursión al club náutico. Recuerdo que estábamos parados en algún lado de la Barceloneta y que un grupito de chicas, para entretenerse, empezaron a desfilar como si fuesen modelos y a aplaudirse entre sí.

Más tarde, en esa misma visita, otro grupito empezó a hacerme preguntas: ¿a quién voto? ¿Me gusta el gobierno? Los adolescentes sienten curiosidad por la ideología de los profesores. Es el enigma de la adultez, en la que después entras y ves que no era para tanto. Una de las chicas inquisitivas me dijo: «A mí me gusta mucho la princesa Leonor, creo que es guapísima.» Lipovetsky: quien seduce convence. Quien convence gana. Si algún partido tiene la más mínima pretensión republicana –una pretensión más que nominal–, tendrá que aprender a usar las mismas armas, las de la seducción.

A lo que me refiero es a que Lipovetsky ya hablaba de «la generalización de la moda, la extensión de la forma moda a esferas anteriormente externas a su proceso, el advenimiento de una sociedad reestructurada en todos sus aspectos por la seducción y lo efímero, por la lógica misma de la moda.»


85. En el bus de vuelta viajo apretadísimo y pienso en lo que dijo lord Byron: «Solo salgo para renovar mi deseo de estar solo.»


86. ¿Por qué siempre me ha obsesionado la idea del autor? Cine de autor, leer todos los libros de un solo autor… Porque creí que encontraría mi forma de vida imitando formas de vida admirables.


87. La normalidad es extrañísima.


88. Vuelvo a las excursiones solitarias hasta el castillo de Burriac. Por Argentona, siento un fuerte olor de jazmín que casi me coloca. Ya de regreso, en Mataró, veo cómo una paloma torcaz alza el vuelo casi verticalmente. Caminar, caminar, caminar. Redoble de tambores de los zapatos contra el suelo, el móvil en el bolsillo de unos pantalones cortos holgados rebotando contra mi pierna. Devorar el mundo con los ojos. No me hartaría.


89. Como es de suponer, Verdad y método es una de esas lecturas que dejan poso. Sigo pensando en dos ideas poderosas que encontré en su tercera parte, la última: la idea del poliperspectivismo que conforma la realidad y la de la abstracción del lenguaje.

«La perfectibilidad infinita de la experiencia humana del mundo significa que, nos movamos en el lenguaje que nos movamos, nunca llegaremos a otra cosa que a un aspecto cada vez más amplio, a una “acepción” del mundo. (...) Toda acepción del mundo se refiere al ser en sí de éste. … La multiplicidad de tales acepciones del mundo no significa relativización del “mundo”. Al contrario, lo que el mundo es no es nada distinto de las acepciones en las que se ofrece.» (p. 536).

«La tradición escrita no es solo una porción de un mundo pasado sino que está siempre por encima de este en la medida en que se ha elevado a la esfera del sentido que ella misma enuncia. Se trata de la idealidad de la palabra, que eleva a todo lo lingüístico por encima de la determinación finita y efímera que conviene a los demás restos de lo que ha sido. (...) Escritura es autoextrañamiento.» (p. 469).


90. Que la Tierra sea plana no es una teoría científica, sino la aprehensión inmediata y cotidiana del mundo: sales al exterior y constatas que la Tierra es plana, porque así lo ven tus ojos.

Lo realmente ingenuo no es el terraplanismo. Es creer que la única visión aceptable de la realidad es la científica –y, en este caso concreto, la copernicana.

Dice Gadamer en Verdad y método: «Tampoco la explicación copernicana del cosmos ha conseguido, introduciéndose en nuestro saber, hacer que para nosotros el sol deje de ponerse. No existe ninguna incompatibilidad entre el sostenimiento de ciertas apariencias y la comprensión racional de que en el mundo las cosas son a la inversa. … Nuestra manera de hablar de la puesta de sol no es ciertamente arbitraria sino que expresa una apariencia real. Es la apariencia que se ofrece a aquel que no se mueve. Es el sol el que nos alcanza o nos abandona entonces con sus rayos. En este sentido, la puesta de sol es para nuestra contemplación una realidad (es relativo “a nuestro estar ahí”).»