31 de julio de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: julio


106. Godard, un franco-suizo, tuvo que recorrer al Mediterráneo para alcanzar su cota más sublime: Le Mépris.


107. Permanecer tranquilo, con una voz grave y masculina, durante una discusión, es el privilegio de quien oprime. Quien es oprimido se desborda emocionalmente por su injusticia; protesta, alza el grito al cielo.


108. Hay quienes sostienen que, en el mundo de la cultura, no se deberían usar expresiones como consumo cultural o producción artística; en definitiva, expresiones que provinieran, en parte, de un ámbito industrial o empresarial. Lo puedo entender en el caso de consumo (la cultura no se consumiría porque no la gastas al usarla ni la digieres directa y unidireccionalmente), pero no en el de producción, que tiene ese prefijo griego, pro-, tan bello, referido a ‘un movimiento hacia delante’, como en proyecto, otra palabra que algunos maldicen.

Debemos ser cuidadosos con el lenguaje que usamos, pero sin caer de nuevo, como ya pasó con el lenguaje no sexista, en la creencia falsa de que cambiando el lenguaje cambiamos el mundo. Puede que un profesor de secundaria entre en un aula, desdoble: «hola, niños y niñas», pero después dé una clase mediocre, o no sepa vincularse con el alumnado o, en la línea de hacia dónde va la educación, no tenga un conocimiento suficiente de su materia para impartirla. Además, ¿quién nos ha dicho que podamos alterar las reglas de la lengua a nuestro antojo, como si no se crease a sí misma?

Las modas del lenguaje, como los desdoblamientos o el uso de palabras determinadas, solo nos sirven para identificarnos ideológicamente entre nosotros, como los jóvenes que usan una jerga determinada para reconocerse. Lo que la política y la democracia necesitan hoy no es identificación, sino anonimato.


109. Decepción conmigo mismo. Remordimientos. Soledad no buscada. Sensación de que algo no está bien conmigo y que soy el único culpable.


110. Cuando ampliamos el sentido de una palabra o expresión y prácticamente la usamos para todo, debemos devolverla a su sentido estricto antes de que sea demasiado tarde; corremos el riesgo de que pase a no decir nada en absoluto.


111. El tiempo pasa tan rápido. Hace diez años, estaba en primero de bachillerato e intentaba volverme un alumno disciplinado. Ahora, con veintiséis, intento disciplinarme para escribir la tesis y una novela. Quizá, dentro de diez más, vuelva a encontrarme en un punto parecido, tras un tiempo disoluto. Treinta y seis: eso sí que da miedo. Una vida es cortísima. Un abrir y cerrar de ojos.


112. Puedo entender que alguien diga que, en un momento dado de su vida, no siente un dolor tan insoportable como para que tenga que ir urgentemente a terapia. En cambio, no puedo entender a quien dice que no va a terapia porque no la necesita.

No es una cuestión de necesidad. Todos tenemos cosas que sanar. Solo he ido a terapia cuatro meses en mi vida y sé que marcaron un antes y un después. A día de hoy la escritura de este diario es mi principal técnica de autocuidado. También lo son algunas conversaciones con amigos.


113. Día feliz en Barcelona con X. Quedamos en un vagón del tren para Barcelona a las siete y media. Nos pasamos la mañana en una jornada de la North American Catalan Society sobre traducción, en el Institut d’Estudis Catalans. Luego comemos en un restaurante del Born llamado Vegetalia; X ya lo conocía. Paseamos y vemos una exposición de fotografía narrativa, de un tal Jeff Wall, en La Virreina, que nos gusta bastante. Hay una serie de fotógrafos norteamericanos que me fascinan: August Sander, Garry Winogrand, William Eggleston, Henry Wessel. Están a las antípodas de la mirada hipersexualizante y cosificadora de un Helmut Newton –que le guste a la hija de Amancio Ortega es una garantía de su mediocridad.

Llego a mi casa a las siete y pico y estoy rendido. Anoche cayó un gorrión pequeñito en la terraza de casa pero ya no lo encuentro, así que imagino que su madre se lo habrá llevado. Tiendo la ropa y ceno. Empiezo a ver el documental Dries.


114. Uno de los fundadores de Studio 54 decía que el público de la discoteca era la «ensalada perfecta», «una mezcla equilibrada en la que no predominase ningún grupo social y en la que todos se sintieran representados.» (Raül G. Pratginestós, Loops 1, p. 133). El espíritu originario de las raves habría sido el mismo. Luego todo se tribaliza, se folkloriza. Y se mercantiliza. Va de soi.


115. Me suele pasar: soy más feliz en los desplazamientos que en el sitio al que pretendo llegar. Anoche disfruté más del paseo de una hora y pico que di, con auriculares, escuchando música a mi rollo, para llegar a la parada del bus, que del festival de música del que venía. Eran las dos de la madrugada y la Diagonal, Poblenou, el Eixample estaban desiertos.

Nunca me ha inquietado caminar solo de noche, pero durante la carrera estaba más acostumbrado a hacerlo porque salía de fiesta cada semana. Ahora tiendo a evitar las calles más oscuras y angostas. Un paseo nocturno puede ser delicioso. Los ruidos del día desaparecen, y también desaparecen los demás transeúntes, bultos que tendrías que ir esquivando. La calle parece tuya. Y si se oye algo, son unos grillos que entonan sus animadas canciones, mientras pasas al lado de un parque.


116. Crear personajes masculinos que tengan el torrente de emocionalidad que la tradición literaria ha concedido a sus personajes femeninos.


117. Richard Sennett dijo en los setenta, en El declive del hombre público, que la gente de hoy estábamos absortas en nuestros propios sentimientos y que eso había deteriorado la realidad sociopolítica. ¿Cómo cuidar de sí sin dejar de cuidar el mundo? ¿Cómo ser social sin traicionarse? ¿Cómo vigorizar la democracia y la política sin olvidarse ni demonizar la psicoterapia por limitarse a sanar el individuo sin enmendar el sistema?


118. Tengo pendiente acabar Así habla el amor (1971), película de John Cassavetes que empecé el domingo por la noche, su incursión en el género de la comedia romántica. Como es natural en un autor como él, es una comedia frustrada; no ríes en absoluto; la gracia de su estilo y de sus argumentos está en otro género de cosas.


119. He leído en los medios que empieza la primera ola de calor del verano. Ha tardado en llegar, en comparación con el año pasado o el anterior. Es inevitable pensar que nos abocamos a la perdición, en lo que respecta al clima. Los inviernos han desaparecido y los veranos son un puro suplicio.

En una carta que Josep Pla envía a su hermano, le dice: «La calor treu potser un cinquanta per cent d’interès a les coses» (Un cor furtiu, p. 300).


120. Aprovecho para recuperar La familia de Pascual Duarte, que había dejado en su biblioteca. Anoche empecé a leer El Jarama y me hizo venir ganas de leer más narrativa de mediados del siglo pasado; eran escritores cultos con un bagaje léxico riquísimo. La globalización y el flujo digital han traído consigo el empobrecimiento de los estilos literarios; se premia a quien escribe simple y se le llama «sincero», mientras que muchos intentos de elaboración formal son percibidos como presuntuosos o anticuados. Y así con todo.


121. La materia de la literatura es la memoria y la imaginación. Eso es así incluso si la relación entre el tema de la obra y la vida del autor no es evidente. En una novela de ciencia ficción, por ejemplo, el escritor puede haber sacado la psicología de sus personajes de lo que ha aprendido observando a la gente de su alrededor o a sí mismo.


122. Escucho «El fin de la intimidad», del pódcast Psicología cruda. Compartimos toda nuestra vida íntima en redes e, incluso si no la compartimos, podemos tener el miedo de que alguien nos haga una foto en público y revele algo de nuestra intimidad. La globalización ha difuminado la distinción entre vida urbana y vida rural, pero, así como ahora podemos irnos a vivir a un pueblo e igualmente recibir a través de internet los inputs culturales que tendríamos en la ciudad, se ha operado una cierta pueblerización de la vida urbana, que es menos anónima en la medida en la que casi todos nos conocemos, aunque sea de vista, de redes. Ni nos queda el refugio del anonimato urbano.


123. En verano el bus se convierte en una competición feroz entre quienes se echan todo el bote de perfume y quienes huelen fuertemente a sudor.


124. Dicen: «Se escribe demasiada autoficción». Bueno, ¿en qué medida decidimos sobre qué escribimos?


125. Joyas discretas de internet: la página web personal de Wendy Carlos. La preside una foto de la compositora con su gato subido a cuestas y una advertencia: «¡Han publicado una biografía sobre mí y nadie me ha consultado! ¡Todo lo que se cuenta ahí es ficción! ¡Vergüenza!». Nostalgia por el internet lleno de webs como esta, con patrones y colores estridentes, en lugar de las retículas perfectas, estándares, de Instagram.