Nos echamos a caminar hasta los Girona. Me cuenta que ha venido andando y que, al ver tanta gente en las calles, haciendo compras sabatinas, ha tenido la sensación de ver la realidad desde fuera, de verla como algo absolutamente extraño. Hablamos de si es posible mantener esa distancia nihilista respecto de las cosas por mucho tiempo. ¿Será la inmanencia deleuziana el antídoto para la disociación nihilista? Pero Deleuze se mató. Y Nietzsche también.
La proyección de la peli es a las 20:10 y empieza puntualmente. El filme de Hamaguchi se titula Evil Does Not Exist y retrata la vida de un padre y su hija, tan solo una niña, en el Japón rural; una empresa llega al lugar y quiere montar un negocio de camping para urbanitas que los fines de semana sueñen con descansar en la montaña; los lugareños se oponen, pero los empresarios empiezan a hablar con el padre de la niña, para convencerle de que no son tan despiadados como parecen.
La peli avanza y te das cuenta de que el argumento es lo de menos. Lo que queda en primer plano es lo puramente sensorial: el sonido de un tronco siendo cortado, la luz del sol filtrándose entre los árboles, un fuego encendido y alguien calentándose cerca de este…
Quiero apostarlo todo a un caballo, aunque finalmente no sea el ganador. No quiero protegerme del daño que me pueda hacer alguien buscando más vínculos simultáneos con otras personas. Ese juego ya no me convence. Ni era sano.
El padre de mi peluquero, que también es peluquero, me lavó el cabello y me dijo: «Si aguantas hasta los treinta con cabello, ya no te tendrás que preocupar por quedarte calvo.» No sé si esas palabras tenían valor de mito, hecho empírico o maldición. Lo cierto es que nunca había oído una teoría capilar tan divertida; me convenció.
Entro en una fase de no encontrarle sentido a la escritura de este diario, monótona y sin un objetivo concreto. No es la primera vez que me ocurre. Se siente como un cansancio de las ideas.
Me pregunto si dejar de escribir en este diario me cambiaría en absoluto. ¿Y si me beneficiase? Puede que dejara de sobrepensar, de sentirme ansioso.
«Un sol que comprengui val la incomprensió de tots els altres.» (Eugeni d’Ors, Glosari 1906-1907, p. 440).
Tomo conciencia de que podría ser un don nadie toda mi vida y no pasaría nada.
En algunos momentos los diccionarios afinan especialmente. Me gusta cómo el DIEC define el verde: «Del color de l’herba tendra». O cómo el DRAE define lo que es una mercería: «Comercio de cosas menudas y de poco valor o entidad», que me recuerda a la humildad con que Petrarca tituló la recopilación de sus poemas: Fragmentos de cosas en vulgar.
Se habla mucho del narcisismo de los adolescentes pero no lo suficiente del peligro de volverse condescendiente con los jóvenes a medida que uno se hace mayor.
En la última temporada de The Crown, en el París más hostil que nunca he visto, Dodi le pide matrimonio a Diana. Ella le rechaza y responde: «Lo nuestro trata de felicidad. Y curación. Y ligereza.» Se non è vero… Algunos vínculos –incluso de amistad– son tan exigentes como peticiones de matrimonio, pero uno debe encontrar la forma de decir: «No, no, no. Sentémonos y hablemos», como esta Diana de la ficción. Para que dos personas puedan conectar debe existir una distancia entre ellas. «Y ligereza.»
Por la tarde me acerco a la exposición que hoy mismo termina en la Fundació Tàpies: Maderas, papeles, cartones y collages. Una de mis obras favoritas es un antifaz monstruoso hecho con papel de seda rosa. O unos pedazos de tierra pegados en un lienzo (la tierra pide ser tocada). Hay un nudo atado en la parte superior de otro lienzo. O una T agujereada en un cartón. Los temas en los que Tàpies ahondaba siempre eran los mismos: la sencillez, la humildad, la pobreza, la espiritualidad, la cotidianidad. Está bien que exista un lugar como la Fundació Tàpies, que exponga y defienda su legado, pero también haría falta una apuesta más atrevida a la hora de reinterpretar su obra a la luz del presente.
Vemos La matanza de Texas, la original, de los años setenta. Es demasiado torpe como para dar miedo, aunque a ratos sí que consigue resultar asquerosa.
Me gusta la modestia de los días de otoño. El sol tarda en salir, perezoso. Cumple diligentemente con sus horas frías y, luego, a las cinco, se acuesta, deseando que nada interrumpa su descanso y que tenga muchos sueños de los que el día siguiente se acordará. La vida de los sueños es apasionante, tanto si posteriormente pretendes interpretarlos como si no; es la potencia de la imaginación, que se desborda incluso en la cabeza de las personas más aburridas.