1. Me pasé el día de ayer durmiendo y, cuando me desperté, a las seis de la tarde o por ahí, me puse con el portátil a ver La humanidad (1999), una peli de Bruno Dumont que no me alegró, precisamente. Su cine es para estómagos duros. Yo apenas me podía tener en pie, con la resaca de Nochevieja. Sí, en el paso de mi diario del año pasado a este, me ha quedado sin contar lo que pasó la noche del treinta y uno. Tal vez más adelante lo haga. O no. Las cosas que permanecen en secreto tienen cierto valor intrínseco.
2. ¿Cuál es mi primer recuerdo?
Estoy sentado en un bar, junto a mi canguro, Teresa, y ella fuma mientras yo me como un cruasán. Sí, ese es mi primer recuerdo. Entonces todavía se podía fumar en interiores; una rápida visita a Google me hace saber que lo prohibieron en 2011 –parecería que hace más. Teresa aseguraba a mi madre que no fumaba mientras me canguraba, pero lo cierto es que lo hacía.
Mi infancia estuvo marcada por el humo de dos adultos: el de los cigarrillos de Teresa y el de los puros de mi abuelo Pere. El abuelo me venía a recoger al colegio y fumaba en el camino hasta casa. Yo le decía: «¡Abuelo, el humo me molesta!», y él respondía: «Esto es natural, viene de la tierra. No puede ser malo». Fumaba a diario; con frecuencia encontraba colillas de puro por la calle y sabía que por allí había pasado mi abuelo. Dejó los puros cuando les subieron de precio: «Nunca más», afirmó, y cumplió su promesa.
3. Por la noche acabo de ver La humanidad. Bruno Dumont es un cineasta afortunado: ¿cómo puede encontrar financiación para películas tan minoritarias? Y lo cierto es que llegan a los festivales. Y que llegan a la cartelera. ¿Cómo es eso posible? ¿Debería ser más lanzado con las cosas que escribo? Si son honestas y potentes, encontrarán un receptor, un público, aunque de entrada no parezcan lo más accesible del mundo.
4. Todos hemos tenido esa experiencia de estar un rato sin el móvil, ponerte a pensar y que, de repente, una buena idea se te ocurra. El móvil es como un escapismo de las ideas; te conduce a pensar en lo que el algoritmo o la opinión pública quiere que pienses, mientras que, cuando nos aburrimos, sin móvil, es nuestra mente misma la que va de una idea a otra, libremente. También hay un aburrirse específico que tiene que ver con el estar todo el rato con el móvil, un hastío del scrolling.
5. Hablamos por los descosidos, como siempre; había olvidado que saca una parte de mí que suelo mantener escondida, la más mamarracha y segura de sí.
6. Quedamos a las cinco de la tarde en un punto de la ciudad que considero tranquilo y agradable: la intersección entre Sardenya y Almogàvers, al lado del Arxiu de la Corona d’Aragó y de un pipican.
7. Antes mis calles favoritas eran Aragó y Via Laietana. Es visible lo confundido que estaba.
8. Hoy he desbloqueado un recuerdo: subía con mis abuelos a la finca que teníamos en Dosrius y, antes de volver a bajar a Mataró, mi abuela soltaba: «Esperad, voy a abrazar un árbol cinco minutos, que me dará energía». Y, en efecto, nos quedábamos esperándola dentro del coche hasta que había abrazado algún árbol. Mi abuela, que es la cosa menos hippie del mundo. Su religiosidad siempre ha sido un misterio; es la fe de la gente simple; una fe inamovible (ello es su fuerza).
9. El primer día de clase, la profesora de lingüística Carme Junyent se presentó y dijo ante todos los alumnos: «Si os veo por la calle y no os saludo, perdonadme. No es que sea una mala educada, es que tengo prosopagnosia». Seguidamente, explicó lo que era: la incapacidad de recordar las caras.
Etimológicamente, es ‘el desconocimiento de la cara’. Hacia ahí confío en que debería avanzar: hacia una pérdida del ego, un mayor pasar desapercibido. Desapercibirme para percibir de verdad, para mirar por primera vez. Borrarme el rostro. Desidentificarme. Ser un don nadie, un cero a la izquierda. Y nada está menos en consonancia con lo que demuestro con los hechos.
10. El día más largo de la semana. Me levanto a las seis, entro a las ocho y no salgo hasta las seis de la tarde. Anochece. Llueve. Cojo el metro hasta Marina y luego voy andando hasta la Fundació Vila Casas, que es donde he quedado con mi amiga Alba. Visitamos las exposiciones sobre Fina Miralles y sobre Maria Girona (Contemporània de si mateixa). Nos interesa especialmente la segunda. Por fotos de archivo, parece que Girona debía ser una señora maja y enigmática. Sus pinturas son de un figurativismo peculiar.
Más tarde queremos tomar algo. Bajamos al Gòtic. Al pasar por delante de La Colmena, el escaparate me seduce y entro a por una magdalena de manzana; nunca había comprado nada aquí. Seguimos andando hasta L’Ascensor; Alba pide un cocktail y yo, una cerveza. Nos ponemos al día y reflexionamos sobre los tiempos. Le recomiendo el capítulo del pódcast Kapital con Javier Burón. Nos despedimos a eso de las nueve y media.
11. Ojalá pudiese escribir ficción con la misma desenvoltura con que escribo en este diario. Casi nunca me da pereza ponerme con él. En cambio, me cuesta incluso abrir los archivos donde acumulo notas para cuentos, para novelas… como si no me sintiese legitimado a contar una historia que no se basa en hechos reales, como si la fuente autobiográfica de este diario lo legitimase y, en cambio, encontrase algo incluso vergonzoso en la capacidad de imaginación.
12. He terminado de ver Les Girls, dirigida por James Cukor; un juicio, cuatro artistas de revista y la ausencia de la verdad. Es lo único que necesitaba para mi tarde de domingo. He estado de nuevo muy enganchado a las redes. Me plantearía desinstalarlas, pero sería caer en el círculo de siempre; en menos de veinticuatro horas las volvería a tener. ¿Existe de verdad alguna forma de romper los patrones?
13. ¿Qué pasaría si, en lugar de una tristeza ocasionada por una razón puramente química, hormonal, se tratase de la constatación de que el viernes por la noche estuve eufórico y, en cambio, soy incapaz de estarlo en mi día a día, es decir, la mayor parte del tiempo?
14. El hábito de escribir. Para mi amiga Alba, es admirable que lo tenga. No sé si lo estoy perdiendo. Siempre el mismo miedo. No, no tengo buenas ideas, pero, como decía Picasso –o dicen que decía–, que la inspiración me encuentre trabajando; de lo que no cabe duda es de que a quien no se fuerza a escribir no se le ocurrirá una gran idea (y, si se le ocurre, caerá en saco roto, porque no la plasmará en ningún lado).
15. La alegría de no haber de estar dándole explicaciones todo el tiempo. Pregunta: ¿esto de estar justificándome constantemente me lo he impuesto a mí mismo?
16. Comemos, bebemos, charlamos. Nos travestimos con pelucas y ropa ajustada. Escuchamos música.
17. A media tarde me pongo lo que me quedaba de la peli Una vida no tan simple. Después sigo viendo In Jackson Heights, que, como todos los documentales de Frederick Wiseman, retrata un espacio sin emitir juicios en voz en off, simplemente mostrándolo; sería ingenuo creer que no hay ya un juicio en los movimientos de cámara, en los cortes y en el montaje.
18. Voy camino de los veintiséis años. ¿He dejado de ser un adolescente? Sigo tumbándome en mi cama sin saber qué hacer, como ahora mismo, a las nueve y media de la noche. Me pondría a corregir exámenes pero es una perspectiva desoladora para una noche de viernes. Leería, ¿pero para qué? Haría deporte… ¿para gustar a los hombres? Nada me aburriría más, ahora mismo; siempre va a haber una multitud de chicos más guapos y musculosos.
La conclusión es que no hay nada que hacer. Nada. Nada más que anotar aquí lo que me venga a la mente hasta que me canse, para satisfacer la comezón que me dice que debo escribir cada día.
19. Al salir del instituto he bajado a la fundación Mapfre, en Villa Olímpica, a visitar la exposición de fotografías de William Eggleston (Memphis, 1939) que termina este domingo. «Su interés no era revelar la belleza de la cotidianidad sino bañar la trivialidad, como la comida en el congelador o el ketchup en una barra de un bar, en una luz críptica y misteriosa».
También se reproducen sus palabras: «Solo hago una foto de una cosa. Literalmente. Nunca dos. Así que esa foto está ya hecha y la siguiente está esperando en otro sitio.»
20. Llega un momento, bastante pronto en el tiempo, en que, por más que te esfuerces por seguir escribiendo ficciones, solo queda celebrar el funeral de la imaginación.