31 de marzo de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: marzo


36. También teníamos diferencias más ideológicas. Le dije: «Una profesora que admiro mucho asegura que, en educación, lo que te acaba funcionando es aquello en lo que crees». Contestó: «Pero eso lo dices desde el yo, no desde el nosotros». Mucha gente de izquierdas mantiene esta ilusión ingenua de que es posible renunciar totalmente a la individualidad y librarse a una especie de nosotros feliz. Ignoran que siempre habrá una tensión entre el yo y el nosotros, entre la individualidad y la comunidad. Es una suerte que esa diferencia sea irreductible; de lo contrario podría haber una especie de alienación colectiva que consistiera en justificar toda decisión arbitraria en nombre de la comunidad. La comunidad no es per se beneficiosa y la historia es una muestra de ello. No podemos subsumirnos totalmente en el nosotros.


37. Siempre le he envidiado a mi amiga Paula un título de libro tan bueno como Afàsia. Quizá por eso quise titular este volumen del diario, con cierta pretenciosidad –o mucha de ella–, Prosopagnosia, que no es sino el olvido de los rostros. En un sentido no clínico, la prosopagnosia es la esperanza de la desidentificación, del anonimato.


38. «Son las personas superficiales las únicas que no juzgan por las apariencias. El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.» (Oscar Wilde, en una carta; citado por Susan Sontag).


39. Quedaron atrás los tiempos de una supuesta revolución sexual en que reivindicábamos el porno y hablábamos abiertamente de masturbación. Ahora somos conscientes de la opresión sistémica que esa industria supone para muchas mujeres y, aunque no nos avergonzamos de hacernos pajas, también sabemos situar los placeres solitarios en el lugar que merecen (por debajo de hacer el amor con una persona a la que quieras bien y que te quiera bien).


40. «Han fallado los protocolos», dicen las autoridades, escudándose en la burocracia. «Fortaleceremos los protocolos». Pero el mundo de la vida no se deja regir por protocolos. Estos, con frecuencia, solo están sirviendo para quitar la agencia a los individuos. La realidad es más kafkiana que nunca.


41. Dice X que la familia nunca miente, puesto que, a diferencia de los amigos o la pareja, no podemos romper con ellos: de ahí su fuerza, de la la dureza de algunas de las cosas que nos puedan decir, para bien y para mal.


42. La vida siempre se ve marcada por el cuidado. De niños, cuidan de nosotros. De adultos, cuidamos de nuestros padres. De ancianos, nos vuelven a cuidar.


43. Ayer hablaba con X de que deberíamos aprender a vivir sin estar pendientes de los hombres. ¿Por qué tenemos esta necesidad de estar empezando un rollo o una relación constantemente? Hay un FOMO específico del amor y el enamoramiento.


44. Nietzsche nos mostró la mutabilidad de los valores. En su caso concreto, sin embargo, tuvo que pasar toda una vida y dar cabida a una obra filosófica entera para que llegase a cambiarlos. En nuestro caso, los cambiamos continuamente. Transgredimos nuestros propios límites. Nos preguntamos: «¿es tan importante?», y procedemos a restar valor a algo que antes creíamos fundamental. Poco a poco el ser se desintegra y el alivio es que ni nos demos cuenta de ello.


45. Descartada la opción del aislamiento social y del alejamiento físico de todo dispositivo móvil, las salas de cine son uno de los pocos espacios que me quedan para escapar de la hiperconectividad. Es sagrado: se apagan las luces y solo tengo ojos para la gran pantalla, hasta que aparecen los créditos. Cuanto más tarden en aparecer, mejor. Estoy a favor de las pelis de tres o cuatro horas.


46. Podría parecer que la reseña es un género subsidiario, porque depende de que haya algo a reseñar. En realidad, todos los géneros (también los literarios) son subsidiarios de algo; en el caso de un poema o una novela, subsidiarios de una idea o intuición.


47. Si la memoria duele, ¿por qué forzarme ahora mismo a escribir a partir de ella? ¿Por qué no explorar el vastísimo territorio de la imaginación?


48. Una sensación recurrente de mi veintena: no poder pensar a largo plazo; no saber dónde estaré dentro de cinco años, dentro de diez. Tal vez la vida siempre haya sido así, pero que nuestra época ha incrementado la incertidumbre también es un hecho.


49. El de Hong Sang-soo es un cine de contemplación y desesperación, todo al mismo tiempo; se llega a la desesperación por el camino del alcohol, sea en forma de soju o vino.


50. Nos acercamos a la fundación Luís Seoane y dedicamos bastante tiempo a visitar la exposición de Lois Patiño, Marea; en un televisor se proyecta un cortometraje sobre las luces de Tokio de noche; leo en los subtítulos: «La mirada es pensamiento sin forma». ¿Ahí el pensamiento sigue siendo lenguaje? En otra parte, una instalación de reflejos lumínicos; en otro, más luces, reflejadas en un espejo. Solo conocía a Patiño por Costa da Morte, una de las pelis más experimentales que he ido a ver al cine; recuerdo que la vi en los Zumzeig, hace ya muchos años.


51. Regresamos algo tarde a casa de X y nos ponemos en su portátil Te estoy amando locamente … ¿Es posible, en realidad, hacer una peli normal sobre una lucha anormal, sobre una lucha de personas que históricamente han sido percibidas como no normales? ¿O todo esto es un engaño? (Días más tarde, leeré una entrevista con Albert Serra en la que afirma: «Las películas más preocupadas por el contenido político suelen ser en general las películas con un tratamiento más académico y formalmente más adocenado. … Para que una cosa sea políticamente subversiva siempre tiene que pasar por una forma subversiva, jamás por un tratamiento académico, porque te tratarán como un niño.»)


52. Desde el avión, de noche, las luces de la ciudad parecen riachuelos de oro en mitad de la oscuridad. Turbulencias; aunque noto una fuerte presión en los oídos sigo escuchando música, con auriculares; suena «Pir», de Autechre, como cuando aterricé en Santiago, hace cinco días; sus sonidos, retorcidísimos, me llevan a relativizar todo posible miedo; es como si me separase de mi cuerpo y solo quedase el placer por la música, sin conciencia, sin nada más.

Me estoy acostumbrando a escuchar álbumes secuencialmente, en orden, de la primera canción a la última. Me abstraigo y el álbum, y la voz del artista, o sus sonidos, pasan a ser mi casa. Me siento arropado, más que yendo de un tema a otro, por inquietud, por querer más euforia.


53. «Tiene usted que pagar su horror por la cursilería», le dice Pla a Cela en la entrevista que le hizo para Destino (diciembre de 1956). «Es usted muy amable», responde él.


54. Anoche acabé de ver We Margiela, documental en el que algunos de los trabajadores de la Maison Martin Margiela hablan de lo problemático de que se les tratase de englobar en un nosotros que con frecuencia era engañoso, puesto que ocultaba tras el plural la voluntad de un solo individuo, Martin, o diluía la personalidad única de cada empleado. Tenían que trabajar muchas horas, no las cobraban todas y, al final, Martin y su socia, la otra cabeza creativa de la casa, Jenny Merens, les dejaron en la estacada; de un día para otro vendieron la firma.


55. Martin Margiela definía así el lujo: «El equilibrio perfecto entre calidad y comodidad. Y si tuviese que ir más lejos, añadiría la atemporalidad.» Era finales de los noventa. El mundo estaba lejos del tipo de excesos que proliferan hoy.