31 de diciembre de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: diciembre


196. Navidad: hibernación.


197. Hoy pienso en el ritmo siempre recomenzado de las estaciones, de los años.


198. Un Josep Pla ya maduro conoce a una joven de Buenos Aires en un barco y empiezan a cartearse desde la distancia. Dice que no le importa que pase un tiempo considerable entre carta y carta: «Lo importante son las imágenes que tiene uno grabadas» (Un cor furtiu, p. 1268).


199. Qué divertido sería no aspirar más que a escribir libros malos. Ni uno de bueno. Todos malos malísimos.


200. Solo sé escribir en la forma del diario personal. Es algo sencillo, humilde. Realmente no doy para más. No podría concebir una gran novela de ficción o un poema hermético y críptico. Soy denotativo, directo; un espejo torcido.


201. Venía de un verano introspectivo y solitario. Me he librado a la fiesta y a la vida social como hace tiempo que no lo hacía. Verdaderamente, ¿por qué iba a temer a la gente? Si me lo propongo, puedo pasar de tímido a solo reservado, de callado a amable y parlanchín, de arisco a dulce. ¿Por qué no iba a operar ese cambio en mí? ¿Por qué no iba a seguir avanzando hacia un yo más exterior y, por tanto, abierto a las interacciones con los demás?


202. Se necesita un montón de levedad para caer bien en este mundo.


203. La idea irracional de que los vínculos que tengan los demás entre sí siempre son más profundos y auténticos que los que yo pueda tener con nadie.


204. La incertidumbre es desmotivadora pero, si no tomo la acción, entonces sí que todo está perdido.


205. Es necesario entrar a jugar para tener la opción de ganar. Tal vez, de nuevo, todo se reduzca a un problema de autoestima: me percibo como un perdedor nato. ¿Cómo cambiar eso? De verse a uno desde la carencia a verse desde la abundancia va solo un paso. Existe el miedo de acabar siendo un narcisista. O, sobre todo, el miedo al qué dirán: «Este es un flipado, menudos aires lleva». Toda la vida afligido por esas voces que a veces son internas y que a veces son externas –y se encuentran en Twitter.


206. Cuando vuelvo de un viaje, es decir, de haber estado en un sitio que no conocía, me siento más seguro y cómodo que nunca caminando por mi ciudad, como si toda ella fuese mi casa.


207. Las Variaciones Goldberg son el sonido de la felicidad.


208. Alguien me cuenta lo que le ha ocurrido y para mí es como si estuviera leyendo una novela. Todo lo que nos transmitimos por palabra es literatura en mayor o menor grado.


209. Max Beerbohm predijo la crisis de la vivienda: «Hasta su matrimonio, a los treinta y ocho años, vivió en la casa familiar, mimado por todos», cuenta Evelyn Waugh.


210. Me preocupa que, en un futuro, cuando ya no estén, vaya a arrepentirme del trato no siempre cercano que he tenido con mis padres y mis abuelos. Lo que pasa es que no podemos predecir nuestras angustias futuras. Quizá lo que me atormente dentro de cuarenta años no sea eso sino algo que está ante mis narices y no sospecharía de ninguna manera.


211. Miro la entrevista que le hicieron a Alaska en Col·lapse. Se siente como las que Soler Serrano le hacía a colosos de la cultura en A fondo. Alaska es un ser de otra época: enciclopédica, personalísima, imprevisible. Moriría por escribir su biografía intelectual –de la otra, la de los hechos, ya se ha hablado bastante.


212. «Cuando a las mujeres nos deja el marido, porque se ha muerto o se ha ido con otra, que para el caso es igual, nosotras debemos volver al lugar donde nacimos. Visitar la ermita del santo, tomar el fresco con las vecinas, rezar las novenas con ellas (aunque no seas creyente). Porque, si no, nos perdemos por ahí como vaca sin cencerro.» (Chus Lampreave en La flor de mi secreto).


213. «Lo que realmente me apetecía era filmar a actrices entradas en años, enseñar la belleza de las arrugas en sus rostros, producto del paso del tiempo y de su experiencia vital. Me asusta ver hasta qué punto es algo que desaparece en nuestra sociedad y en las pantallas de cine y televisión. Tenía ganas de filmar a actrices de setenta y ochenta años que aparentan su edad y la asumen sin trucos.» (François Ozon a propósito de su nueva película, Cuando cae el otoño).

Se habla poco –de hecho nada– de que Ozon es un cineasta en estado de gracia: Peter von Kant, Mi crimen y Cuando cae el otoño son sensacionales. No ha dado un paso en falso en bastante tiempo.


214. X me pasó fotos de una entrevista que el crítico de arte Hans Ulrich Obrist le hizo a Martin Margiela recientemente (Buffalo Zine, nº 20). El fundador de Maison Martin Margiela afirma, naturalmente, que lo que hizo entre finales de los ochenta e inicios de los noventa ya no sería posible hoy en día: «Siento que fue un regalo poder hacer lo que hice antes de internet y los smartphones. Durante un periodo largo me sentí protegido. Lo que me motiva es sorprender al público, crear una atmósfera que libere emociones. Algo que no olvidarías fácilmente. De repente, las redes sociales lo aceleraron y revelaron todo inmediatamente. Lo nuevo se volvió viejo en un segundo. Me sentí muy ajeno a esa nueva realidad».


215. La última entrada de este diario sería el espacio indicado para hacer balance, pero voy a pasar. Decía Marta D. Riezu en su columna hace unos días: «Me parece un aburrimiento estar siempre pendiente de lo que uno siente, analizándolo, intentando encontrarle un significado. Me dan completamente igual mis propios sentimientos. Ya sé lo que hay, me veo venir, me conformo y todo me parece bien». La cursiva es mía. Lo dicho. No todos los finales tienen que ser redondos.