Me meto en las salas de arte gótico, renacentista y barroco. Encuentro el Retrato de Antonio Anselmi, de Tiziano, que creía que en realidad estaba en el Thyssen; se ve que pertenece a la colección del Thyssen pero lo tienen aquí expuesto, lo que suena coherente, porque lo he visto mil veces. También me fijo en el cristo del Divino Morales o en el san francisco de Zurbarán. Hay un Retrato de Carlos II, el Hechizado, de Claudio Coello; es de entre 1680 y 1683. También me sorprenden gratamente El minué y El charlatán de Tiepolo.
Por la mañana, acabo de leer el primer capítulo de La hermenéutica del sujeto: «¿Cuál es ese yo por el que hay que preocuparse cuando se dice que hay que preocuparse por sí mismo?» Hace una semana, fui a la primera sesión de terapia. Salí de la consulta convencido de que debía responsabilizarme de mi propia vida. El último Foucault se dedicó a investigar la verdad de la Antigüedad. Para los antiguos, la forma de acceder a la verdad era ocuparse de uno mismo; ocupándose de uno mismo, uno se transformaba; la verdad iba de la mano de la transformación, no era algo estanco y objetivo, ajeno al sujeto. ¿Cómo ocuparme de mí para, así, acceder a la verdad, transformarme?
Cuenta el profesor Vega: «En el Nuevo Testamento, en la Epístola a los filipenses, se dice que Dios se vació a sí mismo en la autoencarnación. Autovaciado, autoempobrecimiento, kénosis. Dimensión de la muerte de Dios, que no abandona totalmente su divinidad.» Estoy lejos de la pobreza, del vacío que creo que definiría una vida auténtica.
Entro en el cine con el café y me paso la peli bebiéndolo. Solo dura sesenta minutos. El título es Introduction, sí. ¿Se llama así porque tan solo es la introducción de una historia? ¿Se llama así porque, en ella, un chico va a ver a la chica con la que sale a la nueva ciudad donde se ha mudado, Berlín, y se introduce torpemente en su nueva vida? Dice este chico: «Soy impulsivo. La vida requiere impulsividad.» Va a ver a su novia a Berlín e incluso está dispuesto a mudarse a la ciudad para estar cerca de ella. Siempre habrá quienes nos entreguemos a la primera de cambio. ¿Es algo que pueda remediarse?
Al final, me ha preguntado: «¿Qué te llevas de la sesión de hoy?» «Bueno, he tomado consciencia de que los objetivos que creía importante trabajar, los que creía prioritarios en mi vida, en verdad se resolverán cuando trabaje un objetivo más de fondo, el de conectar conmigo mismo, el de escucharme. Dejar de ser un actor secundario.» Cuidar, ocuparme de mí. La hermenéutica del sujeto de Foucault. Encontrar en este cuidado de mí el acceso a la verdad. Un acceso a la verdad que me exija transformarme. Un acceso a la verdad que no se pueda hacer sino con coraje. El coraje de la verdad. También le he hablado de coraje: «Creo que solo he sido valiente cuando he escrito. En cambio, en mis relaciones familiares o con los hombres –por ejemplo–, nunca he tenido coraje; cuando he sentido que me trataban mal, no lo he dicho.» Cuidado y coraje.
Le digo a X: «Hacía tiempo que no veía nada como este corto, tengo ganas de verlo más veces. Es de estas obras que te hacen despertar un sentimiento más indeterminado y profundo que la alegría o la tristeza superficiales. No se puede simplemente reaccionar a él como a un estímulo. Va calando, como la lluvia.» Responde: «Originalmente lo planteé para expresar dos cosas: la sensación de un lento despertar y el perdón y una limpieza.»
En un arrebato, les mandaría a los dos a la mierda. Les bloquearía. Fuera de mi vida. Tampoco serviría de nada. ¿Qué me dice de mí esta pulsión destructiva? Que estoy dolido. ¿Pero estoy dolido por algo que me han hecho o me he causado este dolor a mí mismo?
En La hermenéutica del sujeto (1982), Foucault dice: «No puede haber verdad sin una conversión o una transformación del sujeto.» Dos años más tarde, pocos meses antes de morir, escribirá en El coraje de la verdad: «No hay instauración de la verdad sin una postulación esencial de la alteridad; la verdad nunca es lo mismo; solo puede haber verdad en la forma del otro mundo y la vida otra.» La alteridad y la transformación de uno mismo como condiciones para acceder a la verdad.
El otro día, pasé por delante de la librería de la Diputació de Barcelona. Me encantan los aburridos escaparates de libros de la Diputació. Me quedé mirando la portada de uno en que aparecía la foto en blanco y negro de un arbusto, muy podado. Encima de la imagen, un nombre: «Henry». Debajo, un apellido: «Wessel». Henry Wessel. Saqué el móvil del bolsillo y le busqué en Safari. Fue un fotógrafo estadounidense, nacido el 1942 (¿ser veinteañero en los sesenta debía estar bien?) y muerto el 2018 (mira, no conoció la pandemia). En «Otras personas también han buscado…», salía el nombre de Garry Winogrand; recuerdo la exposición que le dedicaron en la Fundació Mapfre, fui un par o tres de veces a verla. En alguna web se describen las fotos de Wessel como «distantes y frías», «de una precisión y claridad apabullantes». ¿En qué momento se le pidió a la fotografía que fuese así? ¿Qué ha cambiado en el camino entre las fotos de Wessel o Winogrand y nuestra fotomanía pasada por los filtros de los móviles y las redes sociales?
«¿Qué sientes?», me pregunta al final. «Tristeza.» «¿Por qué?» «Por el tiempo desaprovechado. No me gusta arrepentirme de las cosas, pero eso es lo que ahora siento. Arrepentimiento por los años que malgasté.» «Fíjate que, en tres sesiones que llevamos, esta es la primera vez que hablas de tristeza. Solo te pido una cosa: que te perdones, que te abraces.» Nos hemos pasado del tiempo. Igualmente no creo que esté preparado para seguir ahondando en este punto. Salgo de la consulta, me pongo los auriculares y camino.
Anoche fueron los Oscar; Drive My Car, basada en un cuento de Murakami, ganó el premio a mejor peli internacional; en una entrevista, el director, Hamaguchi, decía a propósito de Murakami: «Le invité a la première de la película, pero no vino y pensé que no tendría interés en ella. Sin embargo, en una entrevista que le hicieron leí que la había visto en un cine local y que le había gustado mucho.» Ignorar la invitación a una première e ir a un cine local: detalle revelador.