30 de noviembre de 2022

El domingo de la vida. Diario 2022: noviembre


En catalán encontramos la palabra recança, que el DIEC define de la siguiente manera: «Greu que sap de fer o d’haver fet, de deixar o d’haver deixat de fer, alguna cosa.» El diccionario Alcover-Moll la acerca a la tristeza, aunque en unos términos muy parecidos: «Sentiment de tristesa per allò que es fa o es deixa de fer, o pel que s'ha fet o deixat de fer.» También aporta un ejemplo de uso de la palabra, en el libro La parada, de Joaquim Ruyra: «Vaig sentir la recança que produeix un ball que s'acaba amb un adeu d'amor.» Hay algo en la especificidad de esta palabra que cada vez me parece más fundamental. ‘Pesar o tristeza que se siente por hacer o dejar de hacer algo, por haber hecho o haber dejado de hacer algo.’ ¿No es cierto que vivimos instalados en la recança; que, aunque estemos bien, sentimos una inquietud por lo que no hicimos, por las opciones que no tomamos? «¿Y si hubiera actuado de tal otro modo?»

Lo contrario de la recança es la satisfacción autocomplaciente, para la que el catalán también reserva una palabra: cofoisme. El DIEC define a la persona cofoia de la siguiente forma: «Satisfet i envanit alhora.» Entre la vanidad del cofoisme y la mala conciencia de la recança, me parece que la segunda siempre será mucho más esencial. Es lo que escribió Ors: «¿Conciencia tranquila? No te fíes del agua que no corra.»

 

El problema es que las palabras no se atan a las cosas; que, cada vez que decimos «cielo», es como si lo dijéramos por primera vez. Por eso cabe volverlo a decir.

 

La recança es un sentimiento muy presente en el dietario de Francesc Parcerisas: «La recança | és un atzar constant i tan segur | que sembla ser inexistent» (30), «Vaig comprendre els seus arguments i, amb recança, vaig llençar la bossa amb les cartes i les fotos» (67). Me interesa especialmente la primera cita: es un azar tan seguro que parece inexistente. Como todo lo fundamental, permanente, no destaca, a diferencia del llamativo cambio. Volvamos a la introducción de Verdad y método: «Lo que se transforma llama sobre sí la atención con mucha más eficacia que lo que queda como estaba.» (25).

 

Entramos a ver la exposición Els camins de l’abstracció. Pollock, Rothko, Tàpies, Oteiza, De Kooning… No falta nadie. Mi obra favorita, tanto por su irónico título como por su gesto: Brigitte Bardot (1959), de Antonio Saura. Y unas palabras de Jean Dubuffet grabadas en la pared: «El arte tiene que nacer del material. La espiritualidad tiene que adoptar el lenguaje del material. Cada material tiene un lenguaje, su lenguaje. No estamos hablando de dar un lenguaje al material ni de hacer que el material sirva a un lenguaje.» Es exactamente esto. Que el material –que en la literatura son las palabras– no sirva a una idea sino que las ideas emanen de las palabras. Ors escribió: «Las ideas, las pobres, aprovechan lo que pueden de las sobras del banquete de las palabras…»

 

«Serás un buen escritor cuando te olvides de ti mismo.» Todo esto me lo dijo cuando yo estaba en segundo de carrera, o sea, hará unos tres o cuatro años. Ha llovido mucho desde entonces. ¿Habré progresado en absoluto? ¿Le habré hecho caso? ¿Sus consejos tenían validez para mí? ¿O me eran impropios y, en mi afán por seguirlos o por, simplemente, observarlos, he olvidado quién era?

No puedo haber olvidado quién era porque no había un quién definido que recordar.

 

Cuando era pequeño, iba a un pediatra llamado doctor Llongueras. Cuando oía hablar del peluquero Llongueras, creía que se referían a mi pediatra, y no podía concebir que mi pediatra fuese un famoso peluquero cuando no estaba en su consulta.

Otra confusión que tenía de pequeño: el profesor de música que había en el colegio al que iba se llamaba Emili. Cuando alguien hablaba de «hacer la mili», expresión que desconocía, me pensaba que se referían a Emili. «¿Por qué hay tanta gente interesada en hacer algo con Emili?», me preguntaba a mí mismo.

Para un niño, las palabras son unívocas: no entendemos que se refieran a más de una entidad. Quizá el proceso de hacerse mayor, de crecer, consista, precisamente, en comprender la pluralidad semántica de las palabras –y, junto a la pluralidad de las palabras, la heterogeneidad del mundo.

 

Voy solo a los Renoir Floridablanca a ver Armageddon Time, dirigida por James Gray. Gray nos habla de su infancia en el Nueva York de los años ochenta –una nostalgia pizpireta, muy Licorice Pizza. Armageddon Time es una narración clásica sobre la amistad entre un chico de familia judía, Paul, y un chico afroamericano, Johnny, que coinciden en una escuela pública hasta que los padres de Paul deciden cambiarlo a un cole privado –un cole bajo la influencia del padre de Donald Trump, Fred Trump. Dos veces a lo largo del metraje me han entrado ganas de llorar.

El abuelo de Paul, interpretado por Anthony Hopkins, es un hombre atento. Los compañeros de Paul en el colegio privado le reprochan que en su antiguo colegio se juntase con un chico negro. Cuando le comenta a su abuelo estos reproches, Hopkins le dice: «Sé un mensch con esos niños, no han tenido tus privilegios.» Mensch, en alemán, es ‘humano’; en yiddish, ‘buena persona’. El privilegio, se entiende, es el de la tolerancia. Ser tolerante y abierto de mente es un privilegio, casi un don. No todo el mundo puede disfrutar de este don. Ahora lo vemos más que nunca; parece que la sociedad haya salido de la pandemia más irascible; ante un panorama tan hostil, la tolerancia y la serenidad son esfuerzos que cabe no dejar de hacer, puesto que encuentran su recompensa en el largo plazo. La ética siempre ocurre en el largo plazo.

 

Los puntos suspensivos son un signo realmente enigmático. Indican que el texto que les precede se ha dejado a medias o bien, si el texto precedente era una enumeración, que podría continuar. Interrupción o continuación. En los dos casos, los puntos suspensivos señalan lo que no está, lo ausente.

En la colección permanente de la Fundació Miró, encuentro unos puntos suspensivos. Gruesos, enormes. En lugar de puntos, podrían ser planetas. ¿Acaso no son puntos los planetas? Vistos desde nuestra Tierra. Cada punto de los puntos suspensivos está radicalmente separado de los demás, está radicalmente solo. Sin embargo, entre ellos, se hacen compañía. Es un privilegio con el que no cuenta el punto final.