31 de marzo de 2023

El buen y el mal camino. Diario 2023: marzo


Un óleo enorme de Ramon Casas, una cerámica de Picasso, varios cuadros de Tàpies y de Plensa, un paisaje de Guim Tió… ¿Cómo puede ser que en Barcelona hubiera una colección de tanto valor y que la desconociera? Además, en un lugar como Can Framis, que no solo es museo sino también lugar de recogimiento y silencio. Los jardines que lo rodean y la zona en que se encuentra lo aíslan del ajetreo del resto de la ciudad.

 

Ayer, en Can Framis, redescubrí la pintura de Xavier Valls. Digo que la redescubrí porque, hace muchos años, ya había encontrado sus obras por internet. Luego le perdí la pista, no volví a saber de él, y ayer le reencontré como quien se topa con un amigo de la infancia. En Can Framis tienen dos pinturas suyas: un diminuto bodegón que lleva por título Cuatro higos verdes y el óleo Los niños. Sus figuras son brumosas; transmiten una profunda quietud.

Lo primero que hice al llegar a casa fue investigarle. Se ve que nació en Barcelona pero vivió toda su vida en París. Murió en 2006. Como Luis Marsans, propuso una pintura figurativa cuando lo que se llevaba era la abstracción; fue a contracorriente. Tras una cena en Sarrià, Valls iba charlando con Tàpies y este le dijo, más o menos: «Qué suerte la tuya, con un coche tan modesto seguro que no tienes problema para aparcarlo. Yo, con el Mercedes…» El Tàpies de los objetos pobres, de las escobas, de las camas viejas…

 

Hace unos doce años, Albert Serra decía lo siguiente a propósito del cine de Hong Sang-soo: «A diferencia de otros cineastas que, al volverse cada vez más famosos, pueden llegar a tener más recursos, en el caso de Hong Sang-soo ha sido precisamente a la inversa. De una producción relativamente holgada –las primeras películas son más cuidadas a nivel de imagen, a nivel de sonido– ha pasado a las condiciones extremamente pobres de sus últimos rodajes.»

 

El otro día me topé con una entrevista que le hicieron a Martin Margiela en W Magazine. Es muy reciente, de hace un año. La debió conceder –él, que es tan reticente a toda exhibición pública– por la exposición que le dedicaron en Lafayette Anticipations; recuerdo que fue con esa expo que empecé a interesarme por lo que había significado para el mundo de la moda. Margiela fue un diseñador filósofo; su manera de pensar consistía en usar las manos; acariciaba las telas como un pensador acariciaría los conceptos.

En la entrevista para W, dice: «El deseo táctil está muy presente en mi obra.» Piel, pelo, motas de polvo, superficies lisas o rugosas, porosas o impermeables… Lo cotidiano, anodino, perecedero. También dice: «Los objetos y los seres cobran vida con cada rastro que certifica que existen en el mundo, que interactúan y son afectados por este.» Hojeo el catálogo de su exposición en Lafayette Anticipations, hecho, precisamente, con mucho tacto, con mucho gusto. Escribe la comisaria: «A Margiela le inspiran los gestos de lo que en los museos llamamos conservación preventiva, es decir, el conjunto de acciones que permiten prevenir y limitar los riesgos de degradación de las obras. Observó cómo, en el mundo del arte, cuidamos los objetos que apreciamos y valoramos.»

Las manos del diseñador es lo único que vemos de él en el documental que le dedicaron, Martin Margiela: In His Own Words. Unas manos que proceden con cuidado, pero que también son conscientes de que todo es perecedero. Tratar algo respetuosamente, lentamente, aunque sabemos que su degradación es inevitable… Hay tanta belleza en esa acción. Es una acción inútil y, por tanto, la más valiosa.

 

Barcelona aún me depara sorpresas. Hace unas semanas fue la exposición permanente de Can Framis. Hoy la Fundació Rocamora, que está al lado de Lesseps.

La sede de la Fundació Rocamora es un palacete isabelino del siglo XIX. Manuel Rocamora, un pintor y coleccionista de arte nacido en 1892, vivió aquí y convirtió el sitio en su taller. Coleccionó obras de Casas, de Picasso, de Modest Urgell… Fue amigo de Mariano Andreu y de Ismael Smith. ¿Por qué no había oído hablar de él hasta hoy?

Ahora, Josep Casamartina ha comisariado una exposición para este lugar exquisito. Trata del color negro en la historia de la moda. Se exponen vestidos provenientes de la Col·lecció tèxtil Antoni de Montpalau: Balenciaga, Margiela, Yamamoto, Gautier, Mugler… Y el jardín de la Fundació es de ensueño; una lástima que no hubiera una máquina de café para tomar algo reposadamente.

La Fundació Rocamora es un secreto. Prácticamente somos los únicos visitantes de la tarde; solo entra una pareja de mujeres antes de nosotros y un joven después. Cuando salimos, el trabajador del lugar, un hombre amable y elegantísimo que nos ha dado indicaciones detalladas sobre el origen de esta Fundació, apaga las luces de las salas que hemos recorrido. Tal vez no entre nadie más hasta la hora de cierre, y eso que hoy es sábado. Y, por la noche, cuando no haya ni el trabajador, podrían vibrar en sus paredes los fantasmas de Rocamora, Casas, Picasso… ¿Pero no les convierte ya en fantasmas el hecho de persistir en nuestra memoria de visitantes?