31 de diciembre de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: diciembre


196. Navidad: hibernación.


197. Hoy pienso en el ritmo siempre recomenzado de las estaciones, de los años.


198. Un Josep Pla ya maduro conoce a una joven de Buenos Aires en un barco y empiezan a cartearse desde la distancia. Dice que no le importa que pase un tiempo considerable entre carta y carta: «Lo importante son las imágenes que tiene uno grabadas» (Un cor furtiu, p. 1268).


199. Qué divertido sería no aspirar más que a escribir libros malos. Ni uno de bueno. Todos malos malísimos.


200. Solo sé escribir en la forma del diario personal. Es algo sencillo, humilde. Realmente no doy para más. No podría concebir una gran novela de ficción o un poema hermético y críptico. Soy denotativo, directo; un espejo torcido.


201. Venía de un verano introspectivo y solitario. Me he librado a la fiesta y a la vida social como hace tiempo que no lo hacía. Verdaderamente, ¿por qué iba a temer a la gente? Si me lo propongo, puedo pasar de tímido a solo reservado, de callado a amable y parlanchín, de arisco a dulce. ¿Por qué no iba a operar ese cambio en mí? ¿Por qué no iba a seguir avanzando hacia un yo más exterior y, por tanto, abierto a las interacciones con los demás?


202. Se necesita un montón de levedad para caer bien en este mundo.


203. La idea irracional de que los vínculos que tengan los demás entre sí siempre son más profundos y auténticos que los que yo pueda tener con nadie.


204. La incertidumbre es desmotivadora pero, si no tomo la acción, entonces sí que todo está perdido.


205. Es necesario entrar a jugar para tener la opción de ganar. Tal vez, de nuevo, todo se reduzca a un problema de autoestima: me percibo como un perdedor nato. ¿Cómo cambiar eso? De verse a uno desde la carencia a verse desde la abundancia va solo un paso. Existe el miedo de acabar siendo un narcisista. O, sobre todo, el miedo al qué dirán: «Este es un flipado, menudos aires lleva». Toda la vida afligido por esas voces que a veces son internas y que a veces son externas –y se encuentran en Twitter.


206. Cuando vuelvo de un viaje, es decir, de haber estado en un sitio que no conocía, me siento más seguro y cómodo que nunca caminando por mi ciudad, como si toda ella fuese mi casa.


207. Las Variaciones Goldberg son el sonido de la felicidad.


208. Alguien me cuenta lo que le ha ocurrido y para mí es como si estuviera leyendo una novela. Todo lo que nos transmitimos por palabra es literatura en mayor o menor grado.


209. Max Beerbohm predijo la crisis de la vivienda: «Hasta su matrimonio, a los treinta y ocho años, vivió en la casa familiar, mimado por todos», cuenta Evelyn Waugh.


210. Me preocupa que, en un futuro, cuando ya no estén, vaya a arrepentirme del trato no siempre cercano que he tenido con mis padres y mis abuelos. Lo que pasa es que no podemos predecir nuestras angustias futuras. Quizá lo que me atormente dentro de cuarenta años no sea eso sino algo que está ante mis narices y no sospecharía de ninguna manera.


211. Miro la entrevista que le hicieron a Alaska en Col·lapse. Se siente como las que Soler Serrano le hacía a colosos de la cultura en A fondo. Alaska es un ser de otra época: enciclopédica, personalísima, imprevisible. Moriría por escribir su biografía intelectual –de la otra, la de los hechos, ya se ha hablado bastante.


212. «Cuando a las mujeres nos deja el marido, porque se ha muerto o se ha ido con otra, que para el caso es igual, nosotras debemos volver al lugar donde nacimos. Visitar la ermita del santo, tomar el fresco con las vecinas, rezar las novenas con ellas (aunque no seas creyente). Porque, si no, nos perdemos por ahí como vaca sin cencerro.» (Chus Lampreave en La flor de mi secreto).


213. «Lo que realmente me apetecía era filmar a actrices entradas en años, enseñar la belleza de las arrugas en sus rostros, producto del paso del tiempo y de su experiencia vital. Me asusta ver hasta qué punto es algo que desaparece en nuestra sociedad y en las pantallas de cine y televisión. Tenía ganas de filmar a actrices de setenta y ochenta años que aparentan su edad y la asumen sin trucos.» (François Ozon a propósito de su nueva película, Cuando cae el otoño).

Se habla poco –de hecho nada– de que Ozon es un cineasta en estado de gracia: Peter von Kant, Mi crimen y Cuando cae el otoño son sensacionales. No ha dado un paso en falso en bastante tiempo.


214. X me pasó fotos de una entrevista que el crítico de arte Hans Ulrich Obrist le hizo a Martin Margiela recientemente (Buffalo Zine, nº 20). El fundador de Maison Martin Margiela afirma, naturalmente, que lo que hizo entre finales de los ochenta e inicios de los noventa ya no sería posible hoy en día: «Siento que fue un regalo poder hacer lo que hice antes de internet y los smartphones. Durante un periodo largo me sentí protegido. Lo que me motiva es sorprender al público, crear una atmósfera que libere emociones. Algo que no olvidarías fácilmente. De repente, las redes sociales lo aceleraron y revelaron todo inmediatamente. Lo nuevo se volvió viejo en un segundo. Me sentí muy ajeno a esa nueva realidad».


215. La última entrada de este diario sería el espacio indicado para hacer balance, pero voy a pasar. Decía Marta D. Riezu en su columna hace unos días: «Me parece un aburrimiento estar siempre pendiente de lo que uno siente, analizándolo, intentando encontrarle un significado. Me dan completamente igual mis propios sentimientos. Ya sé lo que hay, me veo venir, me conformo y todo me parece bien». La cursiva es mía. Lo dicho. No todos los finales tienen que ser redondos.

30 de noviembre de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: noviembre


176. Cuando vivo un momento de alegría, lo hago inconscientemente. Cuando vivo uno de melancolía, lo hago con una consciencia constante, cosa que lo agrava más, que lo carga.


177. El Museo de Bellas Artes de Asturias es un tesoro inesperado. Tiene tres plantas de colección permanente y una planta subterránea para las exposiciones temporales. La colección permanente es una cosa loca: tiene pintores posimpresionistas (Darío de Regoyos, Sorolla) y bastante modernismo catalán (Casas, Joaquim Mir, unos cuantos Anglada Camarasa) pero también autores locales, como Evaristo Valle (1873-1951), que no conocía y me deja fatalmente sorprendido: ¿cómo no me han hablado nunca de él? ¿O es que acaso no escuchaba, cuando lo hicieron?

Valle practicaba una pintura figurativa, plana, gris sin sumirse en las sombras, con un paleta diversa pero apagada. Sus personajes son feos –o feístas, como graciosamente dicen algunos: Demetrio el guapo en la taberna. También pueden tener un simbolismo melancólico que me recuerda a la obra de teatro El jardí abandonat, de Rusiñol: La señora. O acercarse al pastiche de novela rosa, al melodrama hollywoodiense: El futbolista y su novia. Todas estas pinturas son de 1949, aproximadamente. En él hay Matisse y hay Goya. Y hay Cézanne. El enamoramiento es instantáneo. Me pondré sobre su pista.

La última planta está dedicada a lo que suele llamarse últimas tendencias del arte, que cada vez son menos últimas sino penúltimas o acaso antepenúltimas. Hablo de Tàpies y de una magnífica escultura de Juan Muñoz, además de lienzos al estilo Rothko que me dejaron más frío.

Cuando salgo del museo está atardeciendo. Oviedo tiene algo de pueblo de esquí pijo, tipo Chamonix.


178. Luego hacemos la comida, escuchando Frank, de Amy Winehouse. X cumplió veintisiete años la semana pasada. Amy murió a la misma edad, dejando tras de sí una carrera estelar, deslumbrante, brevísima. Solo por Frank ya habría merecido pasar a los anales de la música.

Almorzamos tardísimo, como a las tres o las cuatro. X saca un juego de mesa alemán y juego con ella, sobre el suelo, mientras acaricio a Fix y este pasa encima de las fichas. Un poco antes de las siete, X me lleva en coche hasta la estación de Blanes y cojo un cercanías hasta Mataró.


179. Sorprendentemente, ya no me queda tristeza. Mañana empiezo un viaje de diez días. Quiero enfrentarme a los encuentros que haga en él desde la seguridad en mí mismo. (...) Misma tesitura que tras el desengaño de septiembre: sensación motivadora y miedo de perder energía antes siquiera de haber empezado a tomar la acción.


180. Por la tarde, visito el casco antiguo. Deambulo y entro en iglesias. Un retablo de Alonso Berruguete, el balcón renacentista del palacio de Godoy… Es el mejor momento del día para observar Cáceres: anochece lentamente, el cielo pasa de un azul oscuro al negro y el alumbrado público, de un amarillo artificial, ya está encendido.


181. Regreso al hotel a pie, solo, escuchando música por los auriculares. Did you know there’s a tunnel under Ocean Boulevard? me ayuda a que no me entre el miedo caminando por la oscura avenida de la Universidad a medianoche.


182. Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear. Llego hacia las seis de la tarde y creo que no tardo ni una hora en visitarlo. Hay vigilantes en todas las salas, que me siguen, que me preguntan todo el rato: «¿Quiere que le indique el sentido del recorrido?». Al tercero que me lo dice, se me acaba la paciencia. Respondo para mis adentros: «No, lo que quiero es que me dejes en paz».

Hay una sala dedicada a reproducciones de los Caprichos de Goya, un par de Klee, un par de Tàpies, un Dubuffet… Luego hay un montón de salas con instalaciones enormes, infantiloides, copias de Jeff Koons al estilo del Moco Museum.

Me quedo con el museo de Cáceres, que visité el miércoles, después de estar en el archivo de la Diputación. Allí encontré un vídeo documental de Falange del año 1941, donde se mostraban las fiestas de Cáceres; lo había proporcionado la Filmoteca de Extremadura, que no sabía ni que existía, de manera que, al salir del museo, fui a buscarla y me propuse ir a alguna de sus sesiones.


183. El día a día trabajando en un instituto era más estresante. Debía dar la cara todo el tiempo. Muchas noches no dormía. Ese tipo de ansiedad pasó, pero se ha instalado en mí otra de tipo más sigiloso y destructivo. ¿Valgo realmente para algo? Una ansiedad existencial, promovida por el trabajo solitario y la falta de fuerza de voluntad.


184. Empiezo dando un paseo por el acueducto de Los Milagros, que está al lado de la estación de trenes, y por el puente romano. Dejo para la tarde la visita al circo, al anfiteatro y al teatro romanos. Lo malo es que a las seis cierran en todos los sitios. Lo bueno es que veo el teatro desbordado por la luz del atardecer. Una guía explica a un grupo numeroso curiosidades sobre el teatro y yo pongo la oreja: «El emperador Augusto, bajo cuyo gobierno se construyó este teatro, promovió la representación de obras de teatro griegas, aunque pocos romanos entendían esa lengua. Por ello, relata el escritor Ovidio: “Al teatro se va a ver y a ser visto, poco importan los versos que se están representando”». Ver y ser visto, que, en el siglo XIX, con el dandi, se traducirá en ser es ser visto.


185. Cruzo el casco antiguo. Hay una manifestación con batucada y centenares de personas: «No a la mina». Me parece una buena forma de despedirme de Extremadura: viendo una multitud de rostros de su gente, cantando, gritando, protestando, en una isocefalia como la de El entierro del conde de Orgaz.

Pasada la manifestación, pido un café para llevar en un sitio y me siento en un banco del paseo de Cánovas. De camino también he comprado una botella de vino blanco, para no presentarme en casa de X y I con las manos vacías.

Ambiente de domingo. La gente camina lento. Cochecitos de bebés. Ancianos en silla de ruedas. Todo transcurre con una placidez admirable. El mundo está abierto y es un gozo para quien no pide de él más de lo que le da.

A mis veintiséis años, solo una vez he amado, ha sido recíproco y nos hemos cuidado. El resto del tiempo he transitado por vidas de chicos que me han acabado ignorando o a los que yo he acabado ignorando. ¿Por qué es tan difícil encontrar a alguien? El amor es la salida de sí más radical. Te proyectas hacia el otro. Quieres ser el otro. El otro es carne, pero también es ideal. El otro deviene divinidad. Y, en realidad, si el amor es bueno, si aspira a pervivir, todo sigue siendo perfectamente humano. No hay más que dos almas intentando hacerse la vida un poco llevadera.


186. A las seis y media me voy a coger el tren. Leo la novela de Vicente Monroy: «Dijo algo más que aprecié en la forma, pero se me escapó en el fondo: que en la vida había que probarlo todo, o que en la vida no hacía falta probarlo todo. De todos modos, sonreí y le di la razón, aunque me arrepentí inmediatamente de haberlo hecho; como reacción a mis palabras, rebuscó en su bolso, sacó una bolsita de mdma y me ofreció un poco». Llego a Atocha a las diez y pico de la noche. Me dirijo a mi hotel, que se encuentra en plaza Santo Domingo, y, antes de entrar, pido un lomo queso, dos plátanos y una botella de agua en una cafetería llamada Óskar.


187. Por la tarde, quedo con X y vamos al Reina Sofía a ver la exposición que ha comisariado Didi-Huberman. Luego se tiene que ir para conectarse a una formación y más tarde nos reencontramos para ir a cenar a un japonés y a tomar una copa. Dice que la plaza donde ocurren las cosas más locas de Madrid –todas ellas a la vez– es la de Jacinto Benavente; no recuerdo haber pasado por allí. Hablamos de si el arte debe ser político, del chico al que conoció en verano y de si la teoría queer todavía nos aporta algo. Hablamos de lo difíciles que se pueden hacer a veces las fechas navideñas y del encanto de Pilar Eyre. Pasamos por delante del edificio en el que se proyectaron cortos de los Lumière por primera vez en España, en 1896.


188. El último día del viaje se pone a llover, como si el cielo se hubiera estado conteniendo hasta ahora. Fin de fiestas. Me dirijo a la Biblioteca Nacional con la mochila a la espalda, la riñonera en el pecho y la capucha de la sudadera puesta. ¿También esta vez volveré de Madrid medio enfermo por el frío?


189. A las cinco recojo mis cosas y bajo corriendo al cine Doré. Cometo el error de buscar en Maps «filmoteca española» y acabo dando, primero, con un edificio de la Filmoteca que no es donde se hacen proyecciones. El Doré está a cinco minutos. Compro una entrada a través de una ventanilla estrecha e incómoda que hay a un lado del edificio. Impacto (1981), dirigida por Brian de Palma. La sala está casi llena. La entrada tan solo me ha costado dos euros –precio de estudiante.

El filme se me pasa volando. Tengo la cabeza en otro lado.

Cuando salgo, doy una vuelta por Cuesta de Moyano y el Prado para hacer tiempo antes de dirigirme a Atocha. Mi tren de vuelta después de diez días sale a las ocho y media. Este jueves tiene sabor a domingo, a acabamiento.


190. Tengo un naufragio dentro. Eso le decía a X el otro día. Es como los barcos embotellados de las ferias de antigüedades. El cristal es mi piel y el barco a la deriva, mi corazón.


191. Ottessa Moshfegh comparte esta reflexión en su Substack: «La gente que tiene un lado creativo y no lo experimenta son los clientes más desagradables. Hacen una montaña de un grano de arena, se preocupan por cosas innecesarias, se enamoran demasiado apasionadamente de alguien que no merece tanta atención, etcétera. Hay una especie de carga energética flotante en ellos que no se acopla al objeto correcto y, por tanto, tiende a aplicar un dinamismo exagerado a la situación equivocada». (La cita pertenece a Marie-Louise von Franz, psicoanalista junguiana suiza, en La sombra y el mal en los cuentos de hadas).


192. La noche barcelonesa es un monstruo que engulle y escupe gente. Te cansas de ver a la misma persona en el mismo club, todos los sábados, hasta que de la noche a la mañana se esfuma. El hedonismo le ha desbordado. Ya no puede más. Y, así, todo son caras familiares hasta que dejan de serlo. Y se sucede la reposición generacional. Nuevos veinteañeros sustituirán a los viejos, como en una gran empresa en la que, por la fuerza de trabajo, se paga en lugar de cobrar.


193. «Odiaba Madrid, sus fingidos aires populares y su falsa hospitalidad. Barcelona era una ciudad más sincera, que no escondía su altivez burguesa.» (Vicente Monroy, Los Alpes marítimos). Los males y bondades de una ciudad concentrados en una frase.


194. Mi condena siempre va a ser esta: no puedo resistirme a la belleza física; me entrego a ella con una ceguera que no atiende a razones. Es una condena porque la liberación está en otra parte; está en el tipo de videncia que solo ve las almas.


195. En el aeropuerto empiezo a leer Ensayo general, el último libro de Milena Busquets, que me puede dar algunas claves para vivir de un modo más liviano, para no sufrir tanto: «Un día me di cuenta de que perder el tren, los trenes que fueran, ya no me daba ningún miedo. Y entonces salí de la estación».

Y también: «No sé si vale la pena arrepentirse del pasado, sentir remordimientos o pensar en las oportunidades perdidas. Nunca pensé: “Esta es mi oportunidad, este es mi momento, hay que aprovecharlo” (pero he visto la expresión en la mirada, los andares y los gestos de la gente que piensa eso y siempre me dan ganas de servirles un whisky triple para que se calmen). Nunca me subí a ningún tren en marcha, nunca vi venir nada».

31 de octubre de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: octubre


161. Haré lo que pueda. ¿De qué sirve sufrir o preocuparse porque pueda haber un desastre? Las peores catástrofes son inesperadas. Ser ansioso e inseguro es agotador. No me sale a cuenta.


162. Para mí supuso un antes y un después descubrir que a las ideas no se les da forma en la cabeza sino, sobre todo, escribiendo.


163. Inteligencia es sensibilidad.


164. ¿Por qué siento aversión hacia quien critica lo que escribo? Debería, por contra, abrazarles y celebrarles, independientemente de lo que luego haga con su opinión. Es lo que decía Josep Pla: «Soc incapaç de molestar-me per un judici crític» (Un cor furtiu, p. 985). Abrazar la crítica negativa es un signo de fortaleza.


165. Es triste que esta noche se tenga que cambiar la hora, que durmamos una hora más pero ahora los días vayan a ser más cortos. La única desventaja que trae consigo el otoño.

Si llega el frío, también llega el mejor momento para encerrarse, leer y escribir. Cuando le hicieron el cuestionario Proust a Josep Pla, dijo que su estación favorita era el invierno. No podía ser de otro modo.


166. Megalópolis es una película ambiciosa como el cine de Fellini y anticuada como Sexo en Nueva York o Mujeres desesperadas. En la mirada masculina que se intuye, sobre todo, en la forma de mostrar el cuerpo de la mujer, hay algo muy dosmilero, de esos tiempos en que El segundo sexo ya contaba con tropocientas reediciones pero el feminismo todavía no había permeado a todas las clases y todas las esferas. En su libertad y tono elegíaco me recuerda a Crímenes del futuro, pero no me gusta tanto. Me transmite, a ratos, una sensación apocalíptica. «Something's coming over», decía Madonna en «Secret». Ese tipo de presentimiento incómodo, que en el cine también he encontrado viendo Sangre en los labios o Asteroid City. Si vivimos en un supuesto estado del bienestar, ¿por qué la ternura ha desaparecido del cine? El final feliz cuasi extático está peor traído que el de La ballena, que, de hecho, pensándolo bien, me gustó.


167. ¿Qué importa que alguien sea el primero en ver una peli o leer un libro si luego no tiene nada incisivo que decir sobre este? La fetichización de la novedad es absurda.


168. Dos grandes regalos de la vida rural que en la vida urbana se pierden: el sonido de las campanas y la verdadera oscuridad.


169. Escribir ficción se parece a tener amigos imaginarios.


170. Se suele ser condescendiente con quien pasa por ignorante pero es que la condescendencia ya es un tipo terrible de ignorancia.


171. Hoy me he acordado de que, en alguna entrevista, Lana del Rey hablaba de sobrecultura (overculture): «La cultura dominante que intentamos circunnavegar sin ser demasiado asimilados a ella ni, por lo tanto, perder nuestros talentos inusuales». Siento la verdad de este concepto cuando mucha gente insiste en hablarme sobre cosas que no me interesan en absoluto; por ejemplo, lo que escriba o deje de escribir X.

Debe ser difícil ser Lana del Rey –quiero decir: que el mundo, constantemente, no esté a tu altura.


172. Tener la obligación de hacer algo me desmotiva profundamente. Es garantía de que lo voy a acabar haciendo en el último momento y mal.


173. Por las tardes, el mundo es una cosa calma y placentera. Mi mayor aspiración sería trabajar de tardes.


174. Las relaciones sociales son lo que da sabor a cualquier experiencia.


175. «Cuando nada se ama, nada se simboliza, nada se vale como persona. Es necesario hallarse adherido a alguien o a algo, un Dios o un hombre, una estirpe u una obra, un lugar o una tarea, para tener personalidad» (Eugeni d’Ors, «Ellas», 1933).

Nuestro problema es que no creemos en casi nada. Creímos que saldríamos de la pandemia siendo mejores y lo que resultó fue un hedonismo mal entendido basado en el ahora o nunca, por lo que me queda en el convento…, porque yo lo valgo. Derecho a divertirse, derecho a tener un coche. Multiplicidad de derechos y cero obligaciones. Esto es lo opuesto a la fe. Quien cree en algo espera. Es paciente. Quien cree en algo no se aferra a lo primero que le llega, a la satisfacción más inmediata. ¿Pero dónde encontrar esta fe que en algún momento se perdió y que ni siquiera se echa de menos?

Se trata de creer en algo que se encuentre fuera de nosotros mismos.

30 de septiembre de 2024

Prosopagnosia. Diario 2024: septiembre


146. A finales de 1939, a los cuarenta y pico años, Josep Pla decide abandonar la vida cosmopolita y mundana que ha llevado hasta entonces y enclaustrarse en el Empordà. Es su Kehre (‘giro’) particular. Pasa a vivir entre Fornells y Llofriu, que es donde se encuentra el Mas Pla, la masía de la familia. «Tracta d’evitar el que considera que és una de les fonts més copioses i perennes de dolor a la vida: “és l’agitació inútil, els moviments gratuïts, l’entrada en la vostra vida d’altra gent”» (Xavier Pla, Un cor furtiu, p. 788).


147. Hubo un tiempo en el que prefería empezar los días sin escuchar nada sobre la actualidad, en silencio. Ahora me da igual. Ni siquiera me planteo empezar a meditar. No serviría de nada. No sabría.


148. Hoy el cielo vuelve a nublarse y el suelo de la calle está húmedo; a primera hora debe haber lloviznado. Pienso en el refrán de mi abuelo: «Septiembre o seca las fuentes o se lleva los puentes».


149. Es viernes y no me duele no tener plan.


150. Desde que nacemos, todo tiempo es una prórroga. ¿Y si no llego a 2027? ¿Y si me atropella un tren? Más vale que haya vivido con sentido lo hecho hasta ahora, y no desde la angustia por la incertidumbre del futuro.


151. Le digo a X que se podría construir una filosofía alrededor de la expresión a pesar de todo… Sería una filosofía democrática y esperanzada: «A pesar de todo, seguimos siendo amigos», «a pesar de todo, seguí con el proyecto»…


152. Es curioso cómo podemos pasar en cuestión de segundos de no saber de la existencia de alguien a quedar totalmente determinados por él. Salir al mundo es un peligro.


153. Sus palabras me sirven: «¿Por qué no te tomas una pausa? ¿Por qué no dejas de buscar el amor, si ves que ahora no te está funcionando, y te centras en las demás cosas que dices que deberías priorizar?». Tiene más razón que un santo.

Dice que la imagen prototípica del gay promiscuo es tan tóxica como las demás masculinidades tradicionales; nos invita a creer que podemos desconectar las emociones del sexo, que podemos follar sin sentir nada por el otro. ¿Qué diferencia hay entre el macho que cree que llorar no es de hombres y el usuario de Grindr que solo espera un encuentro sexual? En los dos casos hay un profundo miedo subterráneo.


154. «Quizá toca escuchar al Xavier que quiere todo este amor. Siento que le estás castigando todo el rato, como si ser tú estuviera “mal” y que el ser tan tierno fuera lo que te trajera problemas. Pero lo eres. Y no nos podemos quejar de que no nos aceptan si no nos aceptamos. Puede que necesites vincularte desde otro punto, y no pasa nada. Puede que ahora la normatividad no esté hecha para ti».


155. No me arrepiento de haber sentido. ¿Quién querría una vida indolora? Una vida indolora es una vida gris. El valle del no sentir es más frío e inhumano que el del sufrimiento. Esto no es masoquismo. Es apertura a la experiencia.


156. El pasado mes, el cineasta Hong Sang-soo fue al festival de Locarno a presentar su nueva película, By The Stream. En la rueda de prensa, que puede encontrarse en YouTube, le preguntaron por la actualidad de algunos temas que tocaba el filme. Él dijo que la política no le interesa, que la realidad es más compleja. Hizo, de hecho, una especie de digresión alrededor de esta idea y luego calló. Se hizo el silencio. Un ambiente enrarecido. Hasta que alguien, algunos, empezaron a aplaudir. No con entusiasmo.

Por cosas así me interesa Hong Sang-soo. En los últimos años nos hemos hartado de decir que lo personal también es político. Hay algo revolucionario –o, cuanto menos, a contracorriente– en afirmar que no todo es político. La realidad está compuesta por esferas, por campos de sentido, y la política y la ideología forman una de estas. Cuando un campo de sentido invade los demás, se produce la confusión. Y la confusión es lo contrario al pensamiento, que se caracteriza por hacer las distinciones pertinentes –pensar es discernir.

En momentos de polarización y crispación, además, parece saludable, democráticamente, apartar la mirada de la política, aunque sea por un momento. ¿En qué podemos ponernos de acuerdo?


157. Día gris. El sol se adivina, blanco, enfermizo, detrás de unas nubes que se deshilachan como gasas.


158. Siempre preferiré ser tonto a ser malo. Un mundo lleno de malos sería invivible. Un mundo lleno de tontos se salvaría a trompicones.


159. ¿La ambición es una cualidad positiva o negativa? ¿Es el exceso de la capacidad de soñar? ¿Un soñar ciego y despiadado?


160. Antes me he pasado por el parque de la Ciutadella y me he bebido un café sentado en un banco, tomando el sol. Si normalmente soy demasiado exigente conmigo mismo, este momento podría ser el antídoto. ¿Por qué no aprendo a vivir así, disfrutando de placeres sencillos en soledad? Confundimos estrés con valor. Creemos que, si algo nos estresa, es porque nos importa. ¿Cómo sería valorar algo sin ponerse nervioso, sin temer que vayamos a fastidiarlo?