126. Los placeres son efímeros y el peso de la vida, las complicaciones y vergüenzas, constantes. Acudo a este diario con la esperanza de que poner por escrito lo que se me ocurre ayude en algo. Por lo menos mientras escribo no estoy haciendo scroll.
127. ¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta? Estar inmerso en algo: una tarea, un paseo, una conversación… Poner atención y perder la noción del tiempo.
128. En Lisboa, estaba de camino a un bar musical con mi amigo X cuando se me ocurrió preguntarle cuál era su fado favorito. No me lo sabía decir, había muchos que le gustaban. Yo le respondí que, a veces, lo que conviene es dejar de ser rigurosos en nuestras respuestas y librarnos al capricho, al ingenio. Hay un tipo de verdad que solo le pertenece al capricho.
No sé si es porque estábamos subiendo una cuesta o porque realmente me había pasado de listo, pero X me dijo secamente que no entendía a qué me refería y siguió andando. Traté de reformular mi discurso, pero torpemente. Me callé. Nos quedamos en silencio.
Sigo manteniendo lo que en ese momento no supe expresar del mejor modo: a veces es necesario el capricho. Para responder al cuestionario Proust hace falta capricho. En el pódcast Hotel Jorge Juan, antes de que el entrevistador le empiece con las preguntas, Trapiello dice que no es bueno en esta cosa tan «francesa» del ingenio, de la respuesta rápida. Como en todo, un exceso de ingenio también puede conducir al diletantismo y a perder crédito. En su justa medida.
129. Le digo a X que he estado leyendo la biografía que Xavier Pla ha dedicado a Josep Pla. En ella se reproduce una carta del ampurdanés que resuena especialmente en mí. Pla dice que la felicidad es lo concreto: «Crec que la vaguetat és la causa de totes les desgràcies personals i que la felicitat, l’alegria, són el concret, la concentració sobre un punt de la realitat. [...] Si vols ésser desgraciada, el camí és el somni; si vols ésser feliç, entra a la voluptuositat en qualsevol de les seves formes: voluptuositat pel teu art, pel teu cos, pel teu sexe, per la teva casa, pels teus capricis, pels teus amors o pels teus fills. Marxar sense objecte, sense saber on vas, és un somni» (p. 568-569).
X dice que, cuando nos conocimos, en primero de carrera, hace ocho años, ya me hacía un hartón de hablar sobre Pla. «Me debiste hablar de él, bueno, una veintena de veces quizá». Satisfacción porque algunas afinidades lleguen para quedarse.
130. Hacer de turista consiste en lo que en catalán se llama ser tot ulls. Más que la sociedad del espectáculo es la sociedad del espectador: mirar, mirar, mirar. ¿Qué es el turismo? Mirar sin implicarse.
Helsinki se me antoja un Londres soviético. Dando ese primer paseo, bajo la lluvia, me pregunto: ¿qué diantres hago en Finlandia?
131. Tomamos el barco en Jyväskylä, pueblo con una animada vida universitaria que vio nacer al arquitecto Alvar Aalto. Riezu hablaba de él en Agua y jabón. Podría estar visitando su museo pero en lugar de eso tengo que tragarme dos o tres horas de viaje en un barco de principios del siglo XX –la antigüedad es lo único que tiene a su favor.
La monotonía del paisaje natural, del lago Paijanne. Necesitaría un poco de LSD para interesarme por esto. [...] En el puerto estaba expuesto un barco que diseñó Aalto, dentro de una caseta de cristal. Dos chicas ensayaban unos pasos de salsa a su lado, bajo el sol.
132. Luego vamos a la catedral de Tampere, que tiene una escalinata principal sobria y modesta, rodeada por un pequeño jardín. En el interior, pinturas de niños desnudos que representan a los doce apóstoles y llevan en sus manos la guirnalda de la vida. Los frescos son de entre 1905 y 1906, del pintor simbolista Hugo Simberg. La catedral acabó de ser construida en 1907.
133. Llegamos pronto a Helsinki, de manera que todavía encontramos los comercios abiertos. ¡Caigo en la cuenta de que Tom de Finlandia era de aquí! He tardado seis días en hacer la conexión. Busco en Google si hay algo sobre él para visitar en Helsinki y solo me sale una placa conmemorativa de un lugar donde vivió unos años. Su fundación y museo está en Los Angeles.
134. El Maresme es una comarca escuálida asfixiada por la presión que le ejercen, por un lado, la marca Barcelona y, por el otro, la marca Costa Brava.
135. Luego hemos buscado un lugar donde tomar algo. Ha costado, puesto que se está extendiendo la plaga de restaurantes y bares donde ponen la música a todo trapo. No sé a quién beneficia este grado de mal gusto. Decía Schopenhauer que la intolerancia al ruido denota un alma sensible.
136. Acabo muy bebido, mareado. En la barra, intento robarle el abanico a una chica, que se da cuenta y me suelta: «Ese abanico es mío, amore». Noto cómo se gira hacia su grupo de amigos y todos me miran. Huyo despavorido: ¿por qué he hecho eso? Me tropiezo con otro chico y le echo media cerveza encima. Protesta sonoramente. Prosigo con mi huida.
137. Hay relaciones que parecen ir bien y terminan y relaciones por las que no darías ni un céntimo que se alargan años y años. No hay receta. Es una mezcla de agencia y suerte.
138. El sexo, en definitiva, es como un hobby; no sostendría amistades ni relaciones por sí solo, pero sí que puede ser eso en lo que se invierta una gran cantidad de tiempo juntos.
139. Tinder y el branding que invade todas las esferas de la vida. Es como si el mundo fuese una enorme tienda de mascotas y tuviera que estar constantemente poniendo buena cara, con buen aspecto, por si entra alguien y decide adoptarme.
140. Me desinstalo las aplicaciones, sabiendo que mañana las volveré a instalar.
141. Por la noche leo «In Defence of Disco» (1979), artículo que el crítico de cine Richard Dyer publicó en una revista llamada Gay Left cuando tenía treinta y cuatro años. Un año antes había publicado uno de sus primeros libros, que aún a día de hoy es considerado fundacional en el campo de los estudios de la fama y que fue el que me llevó a conocerle, Stars (1978).
En «In Defence of Disco», Dyer se opone a los marxistas que, en su momento, criticaban la música disco por considerarla demasiado afín al capitalismo, demasiado mainstream, demasiado pop. Pensaban, por contra, que la música que encarnaba una oposición al sistema era el rock o el folk.
Dyer define la música disco de una forma similar a como, en 1964, Susan Sontag había definido lo camp: «Lo disco es más que una forma de música, aunque ciertamente la música está en su núcleo. Lo disco es también una manera de bailar, el club, moda, cine, etcétera; en una palabra, un tipo de sensibilidad, manifiesta en la música, los clubs, etcétera, históricamente y culturalmente específica, económicamente, tecnológicamente, ideológicamente y estéticamente determinada –y que merece ser pensada» (p. 20).
De hecho, el autor mismo reconoce esta similitud un poco más adelante: «Lo disco es en gran medida como otro aspecto profundamente ambiguo de la cultura gay masculina, lo camp. Es el uso “contrario” de lo que la cultura dominante provee, es importante en la formación de una identidad gay y tiene tanto un potencial subversivo como implicaciones reaccionarias» (p. 21).
He llegado a Dyer a través de sus temas académicos, pero lo que me acaba atrayendo más es la osadía de su forma de pensar, que, ante un callejón sin salida, pega un salto a través de un juego de palabras y sigue adelante:
«El socialismo y el feminismo son formas de materialismo. ¿Por qué lo disco, la celebración de la materialidad por excelencia, no es, por tanto, la forma artística apropiada de las políticas materialistas?
»En parte, obviamente, porque el materialismo en política no debe confundirse con el materialismo como mera materia. El materialismo quiere entender cómo las cosas son en términos de cómo han sido producidas y construidas en la historia, y cómo pueden ser producidas y construidas mejor. Esto, ciertamente, no significa sumergirse en el mundo material –de hecho, implica deliberadamente apartarse del mundo material para ver qué hace que sea como es y cómo cambiarlo. Sí, pero el materialismo también está basado en la profunda convicción de que la política trata del mundo material, y que, de hecho, la vida humana y el mundo material son todo lo que hay, sin Dios, sin fuerzas mágicas. [...] La celebración de la materialidad de lo disco es una celebración del mundo en el que estamos necesariamente y siempre sumergidos, y la materialidad de lo disco, en la materialidad tecnológica, es decididamente histórica y material» (p. 23).
Me gusta ver, además, que, a lo largo de su carrera, Dyer retomaría los mismos temas: en 1993, catorce años más tarde, publicaría La materia de las imágenes. Ensayos sobre la representación, donde exploraría la materia en tres sentidos: el del verbo matter ‘importar’, el del materialismo histórico y el de la pura materialidad. También tiene un libro sobre los asesinos en serie en el cine de terror y explora su «serialidad» en relación con la idea de repetición. Excelente. Se trata de bailar con los sentidos viejos y nuevos de las palabras. Ojalá toda vida académica fuese como la suya.
142. Un último apunte sobre «In Defence of Disco»: pese a su erudición, pese a su osadía intelectual, Richard Dyer tiene sentido común. Insiste en que no quiere defender la música disco como «una forma artística enormemente subversiva» (p. 21) o que, cuando habla del romanticismo de lo disco, no está diciendo que «la pasión y la intensidad del romanticismo sea un ideal político por el que luchar» (p. 23). La forma en la que termina su artículo no podría ser más clara: «Lo disco no puede cambiar el mundo, hacer la revolución. Ningún arte puede hacer eso, y es inútil esperarlo. Pero en parte expandiendo la experiencia, en parte cambiando las definiciones, el arte y lo disco pueden ser usados» (ídem).
Sentido común y honestidad intelectual. Dyer no hace un panegírico de la música disco. Simplemente la trata como lo que es y le sacude el desdén con el que ciertos intelectuales de izquierda la habrían tratado.
A día de hoy, hay aspectos de «In Defence of Disco» que habrán quedado superados. Como dice el filósofo Daniel Innerarity, vivimos en una sociedad en la que ya no hay packs identitarios: «Antes había, de alguna manera, packs de vida correcta. Si tú eras de tal sitio, tenías que ser de un equipo de fútbol, probablemente de un partido político e incluso tener una orientación sexual, religiosa, etcétera. Estos packs hace tiempo que han desaparecido. Cada uno, sobre todo cuando es más joven, se construye una identidad puzle, con elementos que los mayores juzgaríamos imposibles de combinar… Y se ve con una enorme naturalidad. Hay, entre comillas, una creciente incoherencia en la configuración de la personalidad, que vista desde fuera desconcierta mucho» (2024, en Agenda Pública). El ejemplo típico es –o hasta hace poco lo era– ser feminista y escuchar y bailar reguetón.
De todos modos, siempre harán falta textos como «In Defence of Disco», porque la academia tiene una tendencia natural a la endogamia y a anquilosarse hablando siempre a partir de los mismos autores, las mismas teorías, los mismos conceptos. Como leí alguna vez en Twitter, ser académico consiste en volver aburridos asuntos que en un inicio eran divertidos.
143. En la pintura figurativa contemporánea, hay una serie de artistas que, al representar al ser humano, le concedieron rasgos y actitudes que le hacían parecerse a un muñeco. Olga Sacharoff, Josep Mompou, Rafael Barradas, el Ball de tarda de Ramon Casas… Con la reificación, es decir, la cosificación, del ser humano, se le reduce a pura materia. En el grado de la materia, somos iguales a los demás animales, a los vegetales, a los minerales… La inmanencia, la haecceitas de Deleuze.
144. «Zuleika, en una isla desierta, habría consagrado la mayor parte del tiempo a la búsqueda de una huella de pie masculino. Era una criatura demasiado humana para conceder excesiva importancia al arte. Era una ninfa para la cual la admiración de los hombres constituía el elemento más importante de la vida» (Max Beerbohm, Zuleika Dobson).
145. Acabo de ver El matrimonio de Maria Braun. Qué contraste con El asado de Satán. Aquí está el mejor Fassbinder, el de Las amargas lágrimas de Petra von Kant y Un año con trece lunas. Un leitmotiv de su cine que me encanta: mujeres que se encienden el cigarrillo con la llama de los fogones.