Hay gente que actúa con mala educación y dice: «¡Estoy siendo yo mismo!» Durante un tiempo, caí en esa mentalidad. Debo procurar no volver a caer en ella; ser uno mismo no es ser un maleducado. El conocimiento de sí debería conducir, al contrario, a la buena educación, a la formación. La profesora Cirlot, explicando la filosofía de Gadamer, dijo: «Una persona formada no es una persona que tiene muchos conocimientos, es una persona dispuesta a escuchar al otro.» Alguien que considere que «ser uno mismo» consiste en seguir tu primer impulso no escuchará al otro, sino que le dirá: «Lo cierto es que no me apetece escucharte. Es mejor que me escuches tú a mí.»
Cojo el portátil y acabo de ver Un año con trece lunas. Empieza con una premisa interesante, una serie de escenas de gran belleza, un ritmo y narración bastante convencionales. En la segunda hora, se transforma en un filme puramente fassbinderiano, con más absurdo, más nihilismo, cero compasión. Elvira es una mujer trans que ha amado ingenuamente. Ha amado a Anton Saitz (bellísimo Gottfried John), a Cristoph… y los hombres no le han devuelto su amor. Un año con trece lunas es una película sobre la hostilidad del mundo y la forma más extrema de enfrentarse a ella, el suicidio.
Fassbinder consideraba Un año con trece lunas su segunda mejor película, por detrás de Atención a esa prostituta tan querida. Según Wikipedia, Fassbinder afirma esto en The anarchy of the imagination: Interviews, essays, notes, libro cuyo título me llama poderosamente la atención. La anarquía de la imaginación.
Autobús Mataró-Barcelona. Entran una madre y un niño y se sientan detrás de mí. «Quítate el abrigo», le dice la madre. El niño se lo quita y le pregunta: «¿Y tú por qué no te lo quitas?» «Porque es una odisea.» «¿Qué es una odisea?» Conjeturo qué le responderá la madre: ¿una historia escrita por Homero? ¿Un libro en el que se narran las aventuras de Ulises? La madre no le contesta, se limita a sonreír, pero el niño insiste: «Mamá, ¿qué es una odisea?» «Una odisea es... un coñazo.»
Miro la entrevista que le hizo Soler Serrano al compositor Frederic Mompou en A fondo. La entrevista es de 1976 y Mompou todavía está muy lúcido. Es tímido, pero no por ello desagradable. Hay algo en su físico que me llama mucho la atención. Su rostro, sus manos… todo transmite una elegancia absoluta. Una elegancia que no es rotunda sino sugerente, fina. ¿Cómo debía ser Mompou en el trato cercano? Es curioso porque, en la entrevista, parece tener el tic de darle la razón al entrevistador en todo lo que este dice. Soler Serrano dice: «Esa esencialidad…» Él repite: «Sí, eso es, esencialidad…», y así continuamente.
Hay una parte de la historia personal de Mompou que me interesa especialmente. Dice: «En París no trabajaba mucho. Ravel me dijo: “Irás de fiesta en fiesta y no acabarás haciendo nada.”» Mompou, en cierto momento, corta con la vida social y se encierra a trabajar. No fue una decisión puramente racional, sino que pareció darse por sí sola: bastante tarde, conoció a su mujer, y entonces dejó de pulular tanto.
En el camino del conocimiento, es necesario romperse un poco; la observación aséptica, la observación que no afecta al observador, es una ficción moderna.
Julieta, dirigida por Almodóvar y que está en Netflix, muestra edificios brutalistas madrileños, una historia de amor en un tren, una madre, una hija, una ausencia, un deseo. El final pretende ser abierto, pero más bien resulta vago. Almodóvar ha hecho cosas mejores. Aun así, Julieta está a la altura de otros trabajos suyos. Incluso creo que me interesó más la transgresión de la comedia española que operaba en Los amantes pasajeros. Aquí, como en tantas pelis suyas recientes, trabaja con el melodrama, pero sin salirse del camino recomendado, sin exploración.
Lo lamentable es que ni siquiera es imprevisible. Haga lo que haga, lo hará por interés propio.
El momento de menos dispersión en todo el día es cuando me pongo a escribir estas líneas. El diario me sirve para recordar, para guardar lo vivido, pero también para intensificar, para volver más intenso el momento presente a través de una memoria abierta como una herida.
En las cartas a su hermano, Van Gogh comenta que siente aversión por la belleza y gusto por la vejez y la fealdad. Escribe: «De la misma forma que no se puede servir a dos amos a la vez, no se puede amar dos cosas tan diferentes y sentir por las dos simpatía.» Esa es una idea contra la que he construido mi forma de pensar. He intentado articular fealdad y belleza, gravedad y levedad… ¿Pero en el fondo es posible «amar dos cosas tan diferentes» o lo único que consigo es pulular sin resolverme a considerar la verdad? ¿La indecisión es propia de la juventud? ¿Es la indecisión una especie de anestesia, es decir, de falta de percepción? Una vez, la fotógrafa Gabriela Zea Nadal me planteó: «¿Y si tu estilo precisamente fuese la indecisión, el no decidirse por un solo estilo?»
Pensar en los años da miedo. Este 2022 he cumplido veinticuatro. Mi madre ha cumplido sesenta, lo que significa que, en veinticinco años, tendrá la edad que ahora tienen mis abuelos. En otras palabras: en veinticinco años, mi madre tendrá ochenta y cinco y necesitará a alguien que le cuide. Yo seré quien le cuide; me siento responsable de ello y no daría mi brazo a torcer. Eso quiere decir que, ahora que cumpliré veinticinco años, debería irme de casa. ¿Por qué? Porque dentro de veinticinco años más, es bastante seguro que tendré que volver. No quiero renunciar a una juventud fuera de la casa de mis padres; necesito irme ahora para crecer. Esto significa que se me han acabado los comodines de los estudios; debo ganar un sueldo con el que pagar un alquiler.
¿Es este un tipo de resolución? ¿Estoy finalmente tomando un camino? Una decisión conlleva incertidumbre y la posibilidad del fracaso. En la misma carta, Van Gogh dice: «Manos que llevan la marca del trabajo son más bellas que manos semejantes a las de la Phryné de Gérôme.» No me preocupa que un trabajo a tiempo completo pueda conducirme a dejar de escribir. Me he comprometido demasiado íntimamente con la escritura como para abandonarla. Las palabras abren el mundo; hacen estallar la tierra en significación. Vaya donde vaya, estarán tan cerca de mí como mi propia piel.