31 de mayo de 2023

El buen y el mal camino. Diario 2023: mayo


Primero de mayo, festivo. A primera hora ha llovido; lo he oído desde la cama. (...) Me siento al escritorio, ante el portátil, y escribo en este diario, que, en su monotonía, no tiene ningún sentido.

 

Pedimos rollitos de primavera y pollo agridulce para compartir. Por mi parte, como plato principal, pido un bibimbap. A la hora de los postres, piden dos mochis y les ponen unas velas encima: un dos y un cinco. «¡Felicidades!», me dicen. No me lo esperaba en absoluto. Encienden las velas y las soplo, tras pedir un deseo. Me siento como Pla en la famosa primera escena de El cuaderno gris: «¿Que ya sabes que hoy cumples veintiún años?», le dice su madre, y él reacciona con sorpresa: «Sería absurdo discutirlo: hoy cumplo veintiún años». A partir de los veinte, solo se puede cumplir años con sorpresa. Nos sorprendemos porque la cifra que alcanzamos cada vez es más aberrante, más inverosímil. ¿Cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí?

 

Cabe hacer un elogio de la divulgación, que no quiere decir ‘volver vulgar’ sino ‘aclarar, detallar, decir en otras palabras’. Con frecuencia exige un mayor esfuerzo intelectual divulgar que hablar para un público de pares especialistas. Incluso un experto que haya dejado de encontrar el sentido a su propio campo puede acudir a la divulgación para entusiasmarse de nuevo.

 

El bus va bastante lleno; viajo en uno de esos asientos de cuatro que están del revés; aunque hay mucha gente, este había quedado libre. La gente le tiene manía a viajar de espaldas. ¿Por qué? Viendo el mundo al revés se descubren cosas. Viajando así descubro, por ejemplo, que al lado de la farmacia que hay entre Diputació y Passeig Sant Joan hay, irónicamente, un estanco; nunca me habría fijado en esta unión, en este adosamiento hecho con tanto tino, con tanto cinismo, si no hubiera ido de espaldas.

El mecanismo mínimo de la imaginación consiste en pensar en el contrario de algo. Si estoy viajando por tierra, imagino que estoy viajando por aire, en un avión que, no sé, se estrellará. Pese a lo fundamental de esta actividad, siento que en los últimos años he perdido la capacidad de imaginar.

 

Muchas cosas han cambiado en un año. En mayo de 2022, estaba acabando el máster. El verano se acercaba y quedaba mucho con las amigas que había hecho allí; íbamos al MACBA, tomábamos micheladas en Joaquim Costa (bueno, yo no; su color me daba mala espina y siempre acababa pidiendo una rutinaria caña) y salíamos de fiesta por Poble Espanyol; teníamos la certeza de que, cuando llegasen las vacaciones, cada una se iría a su casa (Ademuz, Barakaldo, Bilbao, Salamanca) y no volveríamos a coincidir como grupo en tiempo y espacio.

Un día, me fijé en que una de ellas, Irati, estaba leyendo un libro de Marina Garcés. Le pedí si me dejaba hojearlo. No miré el título, pero sí que busqué el índice. Vi que la segunda parte del libro consistía en un repaso cronológico de pensadores del siglo XX. La idea me encantó: una filósofa tan personal como Garcés presentando al lector algunas de las aportaciones más ricas del pensamiento contemporáneo.

No volví a pensar en ese libro hasta que, hace una semana, me vino a la mente. Tardé varios días en localizar por internet un libro de Garcés que se correspondiese con la sola característica que recordaba: una parte dedicada al canon. Finalmente di con él. Se llama Filosofía inacabada. El viernes por la tarde corrí a comprarlo, antes de que La Central del Raval cerrase.

Hoy, domingo, estoy solo en casa y leo la introducción mientras desayuno una ensaimada y un café. La voz de Garcés es la de una profesora: «Propongo el compromiso con la filosofía entendida como una práctica educativa.» Y confiesa que el origen del ensayo está en cuando volvió a dar clases en la Universidad después de haber sido madre: «Ahora que la docencia está desacreditada incluso entre muchos profesores, que es sufrida como una carga por estudiantes y por docentes, como un daño colateral de otras aspiraciones académicas…», etcétera. Lo que dice me interpela porque no hace ni un mes que empecé mi primera sustitución en un instituto. Insomnio, todo es nuevo y confuso, las evaluaciones burocráticas… Una llegada a la docencia agridulce: ¿esto es para mí? Y el convencimiento de que solo encontraré respuestas viviéndolo.

 

Ayer escuché un podcast en el que entrevistaban a un periodista. Había escrito un libro. «Mi libro perdurará», decía, «porque no es otra interpretación de un tema que ya todos conozcamos, ni nada así, sino que hablo de un tema nuevo, crudo; un tema del que nadie antes había escrito un libro».

Lo que en un primer momento me sorprendió más fueron sus ínfulas. Ahora, pasado el fragor de la primera escucha, me planteo otras cosas: ¿qué hay en ese «tema nuevo, crudo» que lo vuelva superior a una «interpretación»? ¿Por qué debería valorar más un libro sobre hechos desconocidos que una hermenéutica honesta sobre los hechos que siempre hemos sabido?

Heidegger advertía sobre el incesante afán de novedades de nuestra sociedad. Lo verdaderamente importante –venía a decir– siempre ha estado ahí, con nosotros, en una lejanísima proximidad. Lo importante es lo original, es decir, lo relativo al origen; lo básico (cuánto ha depreciado esta palabra el fast fashion), es decir, lo relativo a la base.

No leeré el libro del tal periodista porque, primeramente, el tema que trata no me interesa. Ahora bien: si me interesase, tampoco lo leería. ¿Qué se puede esperar de alguien que dice ser el garante de una verdad ignota, una verdad no pervertida por el corrupto peso de las interpretaciones? Nada, nada. Me quedo con mis autores de confianza, a quienes muchas veces les reprochan que solo dicen obviedades. Y qué difíciles son las obviedades, cuando vivimos rodeados de prestidigitadores de lo innovador y lo diferente.

 

21:20. Puntuales, los Pet Shop Boys suben al escenario y ofrecen un concierto larguísimo, lleno de hits, elegante –tan elegante como se puede ser en una feria de pueblo como el Primavera. Hay una multitud de gente, pero no resulta asfixiante; cada uno tiene su espacio. En uno de los momentos más extáticos del concierto, dos tíos que tengo detrás empiezan a gritarse y por poco acaban zurrándose; se tiene que ser muy cutre como para pegarse en un concierto de los Pet Shop Boys, que si algo nos han enseñado es cierta deferencia cínica y moderna.